Hará un par de años. Entré en una tienda bonita de la madrileña calle de Serrano en busca de no recuerdo exactamente qué. Lo que no he olvidado es la acogida de la joven dependienta, que muy resuelta y sonriente me espetó: “Buenos días, hola ¿qué quieres?”. Me salió del alma: “que me trate de usted”.
Es lo que sentí veinte o no sé cuántas veces más durante la hora en que me sometí a la charla farragosa de Sánchez, quien por si le faltara algo en ella se auto tituló “Presidente de España” y, en un momento concreto, se refirió a sí mismo con un “nosotros y nosotras” que superó el insufrible atentado gramatical del desdoblamiento léxico.
Entre todo ello, más el ingenuo engaño de hacer como que iba pasando hojas de un supuesto guion de su homilía, la verdad es que costaba seguir ante el televisor. ¿Por qué ese compulsivo instinto de falsear la realidad, de hacer que departe con usted cuando lo que hace es leer el texto que Iván le pone en el teleprónter ante el objetivo de la cámara?
Le han dicho que ha de actuar enarcando las cejas como si hablara con alguien, gesticulando con las manos, la boca, de cuando en cuando que desvíe la vista hacia esos papeles que nada tienen, en fin… ¡naturalidad, presidente, que tú te los comes! Una pena porque, al fin y al cabo, es el jefe de nuestro Ejecutivo.
De lo que él podría no ser responsable es del pésimo guion que le hacen leer. Ni al peor alumno egresado de una facultad de comunicación se le ocurriría liar el mensaje entre una verborrea propia de telepredicador. Porque mensaje tenía, incluso dos, que terminó aflorando al final de su plática: que repetirá la cuarentena, y después otra más, quizá aliviada según las circunstancias.
Pero claro que sí es responsable cuando es él quién se dirige a los ciudadanos. Malo si el texto no lo había leído antes de ponerse frente al autocue, porque detrás de la pantallita hay personas que merecen un respeto; y si habiéndolo leído lo dejó estar, peor porque lo hace suyo.
La manía de apropiarse de frases ajenas sin citar su procedencia sigue tan vigente como cuando organizaba su inolvidable tesis cum laude. Hace unos días escribí que entre sus apropiaciones faltaba la famosa frase con que Kennedy cerró su toma de posesión en las escaleras del Capitolio washingtoniano. El sábado cayó, y se repitió con la esperanza que Churchill invocaba. Y los Pactos de la Moncloa…
Pero este punto merece comentario aparte, y más detenido.
En fin, háblenos de usted, señor presidente y, por favor, no nos mienta más.