Hace tres o cuatro días escribía aquí que nuestro sistema no es presidencialista, y que más que una bonita foto en La Moncloa lo que ahora toca son acuerdos bien armados y precisos, todos los necesarios, programados en el tiempo y en el templo de la soberanía nacional, el Parlamento.
Pues parece que en esas estamos. Por fin se ha impuesto un poco de mesura entre los príncipes cristianos. La hecatombe ha jugado el papel pacificador que hace más de cinco siglos significó la irrupción de las armas de fuego en las grescas medievales que cautivaban a los príncipes cristianos.
Si la partida se juega limpiamente todos saldremos ganando con el resultado final, que no será de unos ni de otros. Ese es puntal necesario para que lo construido sirva a todos.
Los acuerdos de esta naturaleza cuajan sobre la buena voluntad por parte de quienes se muestren capaces de comprender; de defender tanto como de ceder. En suma, de quienes busquen más que comunes denominadores, o comunes divisores que dice Sánchez, el interés general; por cierto, quizá mejor expresado por el mínimo común múltiplo de los agentes.
Estamos, pues, en un interesante punto de partida, alcanzado dialécticamente que es como se producen los acuerdos en cualquier democracia. Y en un sistema consolidado como el español, lo natural es que la política se geste donde están representados los ciudadanos.
Como era obligado, la portavoz Montero agradeció la disposición de los populares, pero sin evitar el remoquete de celebrar en nombre del Gobierno “que el PP haya aceptado estar presente en las conversaciones para la reconstrucción económica de España.” Como si Casado no hubiera ofrecido negociar desde su entrevista en 17 de febrero… Pero al PP le corresponde tragarse ese sapito, como deben de estar haciéndolo desde el comienzo de la crisis.
Lo que no es de recibo es que al comentar que la propuesta mesa de partidos se cambia por una comisión parlamentaria, como los populares exigían, la señora Montero afirmara que eso es un detalle que al Gobierno le parece “lo de menos”. Con lo bien que habría quedado subrayando la disposición negociadora de su jefe.
Pero no parece que la sutileza sea atributo principal de la ministra de Hacienda y portavoz gubernamental. Montero, que estudió Medicina, después de dieciocho años de exclusiva dedicación a la política institucional debería tener mayor sensibilidad para no caer en la patochada de que el parlamento, luz y taquígrafos, es lo mismo que una mesa de la residencia gubernamental.
No es cuestión de formas confundir los poderes ejecutivo y legislativo. Es más, en democracia las formas son también el fondo. ¿Acaso las leyes no constituyen la esencia de la democracia? El fondo de una democracia, la convivencia pacífica, la justicia y el progreso, son las leyes que amparan la libertad y garantizan los derechos; son las formas que mantienen vivo el fondo.
Claro que las formas son el fondo. Por eso era impresentable la propuesta gubernamental de una mesa con cartas marcadas desde el Ejecutivo. La cosa está demasiado seria como para andarse con pamplinas.