En una democracia parlamentaria el Parlamento es eje y motor de la política. En el Parlamento los representantes de todos los españoles eligen al presidente del Gobierno. Los diputados aprueban o rechazan la gestión del Gobierno en el Parlamento. En el Parlamento se elaboró y aprobó la Constitución. Y en el Parlamento el Rey la acata y jura defenderla.
Hoy carece de sentido político apelar a unos pactos forjados hace cuarenta y tres años precisamente para poder elaborar una Constitución para todos; ya la tenemos.
Recién estrenada la primera legislatura, sin reglas del juego definidas, el primer gobierno salido de las urnas propuso un gran acuerdo, sobre asuntos muy concretos a las fuerzas políticas para taponar la sangría económica que sufría el país. Fue un ajuste esencial para alcanzar el consenso constitucional, que era el objetivo final.
La iniciativa de los Pactos de la Moncloa hizo fortuna, avalada por la aparente facilidad con que se hizo la Transición. El proceso sirvió de modelo para la liberación de otras dictaduras en el Este europeo y América.
Pero en un sistema parlamentario consolidado, como al cabo de casi medio siglo es el español, el empeño en buscar unos pactos en la sede de la presidencia del Gobierno tiene un escandaloso tufo propagandístico.
Ese, el de la propaganda, es el único departamento del gabinete sancho-populista que funciona a pleno rendimiento. (Tendrá que ocuparse ya del despelote organizado por los de Sanidad e Interior con la contabilización de las víctimas de la pandemia, lo que tiene delito, por cierto).
Tratar de reconstruir tantas cosas en una nación cerrada durante meses, quizá medio año, no cabe en un manifiesto, ni promocional ni exculpatorio como el que su promotor pretende.
Más que una bonita foto son precisos muchos acuerdos concretos para recuperar la confianza interna, perdida, y la externa puesta en cuestión; para definir con precisión los destrozos, dar solución a los seis millones de parados y reponer en sus sitios a los mediopensionistas de los ERTEs, poner a punto sectores hoy gripados por la inacción, acopiar los medios necesarios para todo ello sin crear más problemas, determinar cómo y cuándo reemprender la actividad ciudadana, acordar una respuesta a los problemas creados en todos los niveles de la Enseñanza, etc.
Y todo ello con el rigor que merece la situación; es decir, echando el freno a los independentistas y al populismo comunista. Unos y otros ven ahora la ocasión perdida para reemprender sus afanes.
Aquéllos, reabriendo ya las mesas de dialogo comprometidas en otros momentos. Entrar a discutir sobre el sexo de los territorios cuando las personas mueren a millares es aberrante.
Y los bolivarianos ven abiertos los cielos para, aquí abajo, confiscar propiedades, asaltar fiscalmente al que se ponga en medio, desatornillar los pernos del sistema y enlodar los valores y principios que cimentan las sociedades libres.
Nuestro sistema no es presidencialista. Acuerdos bien armados y precisos, todos los necesarios; cada uno a su tiempo y en el templo de la soberanía nacional.