Ojalá la realidad no llegue a confirmar lo que cabe esperar de la insensatez de alentar las manifestaciones del pasado día 8-M. Los mismos partidos que promovieron las marchas de más de cien mil personas hombro con hombro, un día después prohibían desde el Gobierno actos públicos con más de un millar y cerraban los campos de fútbol.
El cuentagotas gubernamental va alumbrando medidas sin orden, y de concierto ni hablemos. El momento inspira apelaciones a la lealtad, por aquello de que todos juntos estamos mejor, pero en los responsables políticos no se advierten méritos suficientes. Parados ante el abismo han comenzado a chapotear sin concierto en sus negras aguas.
Está claro que las medidas sanitarias son las que son, las que los expertos dictaminan, y como expertos que son merecen el apoyo global de la población. Ahí no hay demasiado espacio para la crítica. Con el miedo sólo juega el terrorismo.
Pero esta corona… de espinas que pende sobre la cabeza de millones de personas está creando situaciones de estrés social y económico que ya son ajenas a los virólogos y personal sanitario. Circunstancias que reclaman la atención de los responsables que los ciudadanos apoderaron para resolver problemas. Unos de general conocimiento, como la quiebra de la igualdad de los españoles ante la ley y de otros principios constitucionales; otros insospechados, como el que sufrimos.
La crisis sanitaria ha generado una crisis económica global. En nuestro país está destrozando el tejido productivo más dinámico, el de los autónomos y pequeñas y medianas empresas; y tiene en un brete a las primeras industrias nacionales, el turismo y la automoción, víctimas de la desaceleración mundial, que afectará igualmente al sector primario.
En este contexto, el presidente anunció el lunes un paquete que realmente no pasó de cajetilla, y tras de aquello, los ministros van salpicando ocurrencias al compás de tensiones perfectamente predictibles que surgen aquí y allá. La reunión del Gobierno prevista para este jueves alumbrará sin duda nuevas medidas; nuevas aquí, pero tomadas ya por otros gobiernos más duchos en ese difícil arte de crear menos problemas de los que realmente resuelven.
La unidad de todos frente a la crisis sanitaria es tan clara como debida; hasta ahí ha de llegar la lealtad. Con la misma lealtad, los responsables políticos de la Nación deben a los españoles una política rigurosa y responsable para garantizar la seguridad y convivencia ciudadana.