Escalofriante. Preguntado por a quién o dónde habría que pedir responsabilidades por las chapuzas incurridas en la defensa de los españoles, el presidente el Gobierno puesto por Podemos ha respondido que son muy garantistas. Tal cual. Como queriendo decir que el fiasco de los test que no funcionan, las mascarillas que no hay, de la invasión del virus en un sector sanitario desguarnecido, son efectos colaterales de la seriedad con que están trabajando.
Revisado al terminar la última aparición de Sánchez en el plasma doméstico de la cuarentena, Cantinflas, aquel singular personaje compuesto por don Mario Moreno Reyes, mexicano ilustre creador de aquel icono nacional, resulta ser un personaje sobrio y sincero.
Mira que lleva dando charlas ante millones de televidentes maniatados sin capacidad de reacción, pues sigue igual que el primer día. La mirada fija en el teleprónter que va pasando textos repetitivos transmite tanto frío que impide la empatía que persigue como peregrino en busca de posada.
Más que hablar, cuenta. Y siempre lo mismo, la solidaridad, la guerra es de todos, lo que haga falta-donde haga falta -cuando haga falta y demás eslóganes sobados por su uso en el transcurso de los años. Terminará por hacer suyo aquella apelación de J.F. Kennedy a la responsabilidad de cada persona: “compatriotas: preguntad, no qué puede vuestro país hacer por vosotros; preguntad qué podéis hacer vosotros por vuestro país.” Al tiempo.
Y en una de estas, desde la concha de apuntador, su Iván puede llegar a enchufarle aquello de Lenin sobre los sueños: “hay que soñar, pero con la condición de creer en nuestros sueños”.
Lo malo es que las guerras no se ganan con palabras. Cuando son las debidas, alientan la moral de victoria, fundamental en situaciones críticas como la presente. Si no, disuelven la energía de la sociedad como azucarillo en vaso de limonada.
Y los ciudadanos acaban discerniendo entre quienes forma parte de la solución o son parte del problema. Eso sucederá cuando la responsabilidad no se pueda eludir repitiendo el cuento del garantismo. Por duras que sean las caras se acaban rompiendo.