Brillante apertura de la XIV Legislatura de las Cortes. Brillante por las buenas palabras, brillante por el cálido reconocimiento a la Corona con el aplauso más prolongado tributado al Rey, y no menos brillante por las ausencias de quienes no saben dónde están pinados. Oír que el Rey no existe al portavoz ausente del partido que soporta el gobierno de coalición social-comunista es sencillamente surrealista.
Pero la realidad está en las antípodas de estos personajes que aún no se han enterado de que por el hecho de tener asiento en las Cámaras están representando a todos los españoles. A todos, a los cuarenta y siete millones de ciudadanos, y no sólo a su pequeña parroquia.
Así lo establecen las reglas de la democracia representativa que desde hace cerca de medio siglo se viene jugando en nuestra monarquía parlamentaria, y algún siglo más en otras latitudes.
La realidad está en que hay un Jefe del Estado que, para llamar a la responsabilidad de quienes representan a la gente, reclama que España no puede ser de unos contra otros, sino de todos y para todos. Y que recuerda que la esencia del parlamentarismo es el acuerdo, pero también el ejercicio del control político por la oposición.
Un equilibrio difícil de guardar, el del consenso y la crítica, si no se viven como principios fundamentales la concordia, reconciliación, entendimiento, respeto y libertad. Lo señaló el Rey para definir la esencia del sistema que sustenta nuestra realidad, y que pactar, acordar y disentir es consustancial al régimen parlamentario.
La realidad es que quien arbitra el funcionamiento de las instituciones puede manifestarse con la autoridad y libertad que le confiere el refrendo de la inmensa mayoría de españoles a su Constitución, esa magistratura que dicen algunos que no existe.
Pero también es hoy una realidad que la concordia y demás vivencias a las que el Rey atribuyó el hecho de que España hace medio siglo perdiera sus miedos, hoy no constituyen patrimonio común de todos los españoles y por ende, de sus representantes.
De entre la sopa de letras y emblemas que alberga nuestro parlamento hay demasiadas muestras de guerra civilismo latente. Son generalmente recién llegados al templo de la soberanía popular del que quieren fulminar al adversario que ve como enemigo. Los hay por una y otra banda, cada uno con su morral de agravios a cuestas y las orejeras impuestas para no ver más allá de sus propias narices.
A ello se refirió la presidenta del Congreso al afirmar con cierta solemnidad que en el Parlamento no existe el enemigo, que la democracia no es ni puede ser exclusión. Y sin embargo… Vox, por poner un ejemplo, ha sido excluida de mesas diversas, siendo la tercera fuerza parlamentaria. Y hablando de enemigos y exclusiones, qué decir de las sandeces con que los socios del Gobierno Sánchez pretendieron descalificar al Rey y a la propia forma política del Estado español que es la Monarquía parlamentaria (Art. 1 de la Constitución que prometieron cumplir). Sólidos soportes los de este gobierno progresista.
La pulsión a establecer cordones sanitarios, a dividir la cámara en bloques, leitmotiv de la presidencia del gobierno presente en un banco azul interminable, contribuye a crear una realidad bien distante de la que la gente vive en la calle.
Ojalá ésta acabe imponiéndose.