Cuando uno se mete en fregados como el que Redondo, Iván, organizó para ponerle palacio a Sánchez suele acabar ocurriendo lo que está pasando. Por si no fuera amargo el trago de sentar a su vera a Iglesias, el personaje que envileció con regodeo antes de abrirse las urnas, entra Torra en escena. El títere que cuelga de la horca que sostiene Puigdemont se lía la manta a la cabeza para poner a sus compañeros enemigos, ERC, en la tesitura de retratarse: con Madrid o con el procés.
Hacer depender el final de la legislatura catalana de la aprobación de los presupuestos de la Generalitat, un gobierno partido en dos con navajas desenfundadas, es el envite más perverso que Torra, personaje que para Alfonso Guerra no tiene otro interés que el meramente antropológico, podía lanzar a los de Junqueras.
Los izquierdistas republicanos del delincuente en prisión quieren elecciones en la confianza de que, superando a los del forajido de Waterloo, puedan formar un gobierno tripartito con el PSC de Iceta y los Comunes de Colau.
Conseguida esa mayoría tan progresista como la del Estado, sueñan ¿por qué no incluir a ERC en el Gobierno de Madrid y convertir así la actual coalición en otro tripartito, reconociendo de una vez que sin nosotros ustedes no van a ninguna parte?
Así, el Reino de España estaría al albur de dos gobiernos simétricos, el del Estado y el de la Generalitat.
Hasta ahí la ensoñación de los Rufianes, cuya fuerza hoy mismo han demostrado haciendo rectificar al presidente del Gobierno lo dicho ayer sobre la reunión bilateral. Juntos por Cataluña pasaría a la historia, y con ello el viejo partido de la burguesía nacionalista, la Convergencia del deshonorable Pujol, hilvanados hoy sus cuadros residuales por la sólida cadena de las comisiones vividas.
Por ello, a sus testaferros, con el titiritero que mueve los hilos del presidente marioneta a la cabeza, no le convienen elecciones súbitas. Prefieren que antes pase ERC por el test de los Presupuestos Generales del Estado. Dar el sí al gobierno del Estado, piensan, el independentismo les daría la espalda acusándoles de botiflers traidores a la causa independentista.
Naturalmente, si el pensionista de Lledoners pudiera abrigar el mismo temor, Sánchez tendría que seguir gobernando con los presupuestos de Montoro, lo que al país le sentaría mejor que cualquier otra cosa. Pero en tal caso ni el omnipotente Redondo al frente de la comisión de coordinación interna que para aplacar ánimos tiene el gobierno bicéfalo podría evitar que la coalición sancho-comunista saltara por los aires el próximo otoño.
Cumbre antológica la que, salvo otra nueva rectificación, se avecina entre dos presidentes en el aire; uno a merced de los hilos con que Puigdemont maneja su marioneta, y el otro colgado de la brocha de Junqueras.