Con la venia de los republicanos catalanes Sánchez podrá ser investido, pero no gobernar. El acuerdo que firmara con los rufianes sería papel mojado pues la oposición tiene la fuerza suficiente para echar abajo las exigencias de ERC y JpC. Así de sencillo.
Habrá de conformarse con ir desatornillando las cuadernas de la economía española y, también siguiendo los dictados de su vicepresidente comunista, arruinar los sistemas educativo, laboral y de pensiones, y hasta prohibir la fiesta de los toros si tuvieran tiempo.
Y todo ello hipotecado a diversas minorías antisistema que acabarán dándole con la puerta en las narices cuando comprueben que nada de lo prometido se cumple; que han sido utilizados.
Porque carece de la capacidad necesaria para satisfacer a los sediciosos en lo que para éstos es mollar: referéndum, independencia o una Justicia autónoma. ¿Con qué mayoría cualificada va a convertir el Reino de España en una república plurinacional? El concurso de los rufianes, bilduetarras y demás corifeos no le basta para deshojar la Constitución, ese cuaderno de derechos y libertades que tiene prometido proteger y defender.
Entonces, ¿de qué estamos hablando?
De satisfacer el ego personal de un personaje que vive de la mentira, empresa demasiado costosa y harto inútil. Los términos en que ha planteado su derecho a formar gobierno lo hacen estéril. No es capaz de abrir un resquicio a la esperanza de cuarenta y siete millones de españoles que asisten desconcertados a la puesta en solfa del sistema que ha garantizado su convivencia y proporcionado progreso.
Es lo natural en un tipo que desde la cabecera del banco azul publicó sus vivencias bajo el título Manual de resistencia. Resistencia, esa es la única virtud que alumbra a este insólito político capaz de convertir en pómez la piedra filosofal. Nada que ver con el Mirar adelante de Roosevelt, o la Audacia de la esperanza de Obama. Ni siquiera con La búsqueda de respuestas de González, o el Socialista a fuer de liberal de Prieto.
Pocos primeros ministros han sufrido tantos revolcones para llegar a serlo; por el camino que va debería tascar el freno de su amor propio y repasar las figuras de cuantos le precedieron en el decurso de la larga historia de España. Aprendería que sólo quienes supieron sacrificar ambiciones personales en el ara de los intereses generales, con el tiempo, acaban mereciendo el respeto de los españoles.
Pero nada de esto le cuadra a un personaje que, como gallo sin cabeza, corre sin ton ni son hacia los oropeles del poder. Lo suyo es aguantar lo que sea menester, al Torra que le niega la visita porque no hay auténtica bilateralidad, sentarse a una mesa de negociación de gobierno a gobierno, o la falta de sueño por convivir con Iglesias.
Aguantar y mentir como un felón. He ahí la clave de su resistencia; o resiliencia, por mejor decir.