Nabucco. El lamento del coro de hebreos viene pintiparado a nuestro momento. Somos nacionales de un gran país, de larga historia y fecundas realidades que le han situado entre los líderes del actual mundo globalizado; habla en una de las lenguas más ricas del universo, y atrae a ciudadanos de todas las latitudes y culturas que ven en él un modelo de convivencia en libertad. Una patria por la que brindar.
Una patria tan bella parece a punto de zozobrar en la vorágine producida por la insensatez de buena parte de su dirigencia política y la apatía de una ciudadanía víctima de los mantras de la demagogia y sometida a una corrección política esterilizante.
Estamos a merced de unos personajes que, sin otro fuste que su ambición, se han arrogado la representación de una sociedad en la que realmente son marginales. De unos personajes volcados en desatornillar los pernos que han mantenido unidas las crujías de una nave curtida durante siglos de mil travesías, cuyo destino pretenden gobernar.
Por ocupar el poder y seguir teniendo a su servicio la tropa que le sigue cebada por el dinero de los contribuyentes, el doctor Sánchez Pérez-Castejón está a punto de entregar a unos delincuentes, sediciosos confesos y condenados, las llaves del Estado.
La inmensa mayoría de españoles, que La Historia podría condenar como colaboracionista, asiste a la felonía en curso como si de un juego se tratara. Cuando despierte a la realidad de un país víctima de populismos, soberanismos y otros radicalismos, males endémicos de nuestro tiempo, no le quedará otro consuelo que el lamento.
Como en el Va Pensiero de Verdi cuando el coro de hebreos canta: ¡Oh patria mía, tan bella y abandonada! / ¡Oh recuerdo tan querido y fatal! / Arpa de oro de fatídicos vates, / ¿por qué cuelgas muda del sauce?
Tardío lamento inspirado en otro verso de uno de los últimos Salmos que atribuidos al Rey David acusaba su nostalgia de Israel: “Junto a los ríos de Babilonia / nos sentábamos a llorar /acordándonos de Sión. / En los sauces de las orillas / teníamos colgadas nuestras arpas”.
En la España de nuestros días no hay sauces suficientes de los que colgar los millones de arpas que deberían estar tañendo hasta acallar el bramido ronco de los perjuros que deshonran la palabra y conciencia que comprometieron en la defensa de una Nación para todos.
¿Terminaremos llorando la pérdida del medio siglo más brillante de nuestra historia contemporánea; añorando el sistema constitucional que nos facilitó más progreso, libertad y una convivencia pacífica entre iguales?