No es noticia que la mera presencia de Plácido Domingo agote las localidades del teatro en que actúa. Tampoco que sus salidas a escena provoquen salvas de aplausos. Pero el calor con que los públicos de Salzburgo, Verona, Viena, Hamburgo, Praga o Valencia acogen su vuelta por Europa tiene trazas de amparo frente al linchamiento programado por el feminismo radical travestido de KKK que le cayó encima hace unos meses.
No es el nuestro tiempo de principios sólidos. Vivimos en la modernidad líquida que describió el sociólogo Bauman, donde lo importante no es el reconocimiento, ser valorado, sino el mero conocimiento, simplemente ser conocido. Y así nos va.
El estudio, la integridad y la obra bien hecha no son ya las piedras angulares de nuestro mundo. Es más, en cuanto su presencia brilla en algunas circunstancias o personas se abren rápidamente procesos sumariales para su demolición.
La dignidad con que Domingo ha superado aquel atropello sólo es un paso más dentro de una trayectoria vital basada en el afán de superación y la entrega a una vocación vivida para alcanzar la excelencia.
El músico que nació en la madrileña calle de Ibiza hace setenta y ocho años ha desafiado cuantos retos se abren en una carrera como la suya. Muchos auguraron que tanta actividad terminaría por quebrar su voz; otros que cantar a los treinta y pocos años Otelo o adentrarse en Wagner a los cincuenta era una temeridad.
Nada de eso acabó siendo cierto gracias a las armas que guardaba dentro de sí: una naturaleza de excepción, las dotes pianísticas que le han permitido aprender sobre el teclado un centenar y medio de papeles con el consiguiente ahorro de horas de fatiga a sus cuerdas vocales, y con todo siempre Marta, la soprano que eligió el papel de esposa y consejera.
Una carrera profesional como la de Plácido Domingo no es fruto del azar ni de la suerte con que sueñan quienes se jactan de que les es debido lo que creen merecer. Lleva muchos años trasmitiendo su ejemplo a jóvenes intérpretes a través de Operalia, el concurso del que han salido Joyce Di Donato, Joseph Calleja, José Cura, Ainhoa Arteta, He Hui, Ana María Martínez, Erwin Schrott, Sonya Yoncheva, Rolando Villazón y tantas otras figuras mundiales de la lírica.
Hoy el maestro está viviendo el reconocimiento debido a la calidad humana de toda una vida dedicada a los demás a través de la cultura. Sus huellas son seguidas por centenares de profesionales de las artes escénicas y por muchos millares más de admiradores de sus dotes tanto musicales como personales, indisociables en el caso de Plácido como lo son la cara y la cruz de una misma moneda.
Ojalá su vuelta sirva para derribar muros de intolerancia y abrir horizontes nuevos a una ciudadanía aturdida y carente de la ambición y espíritu emprendedor, valores que como la verdad hacen libres a las personas.