Al trilero instalado en sus funciones presidenciales – ¿a qué dedica su silente interinidad? – sus compañeros de partido, salvo escepciones como Leguina y Redondo, le siguen la corriente como aquella coplilla del siglo XIX decía: “María Cristina me quiere gobernar/y yo le sigo, le sigo la corriente/porque no quiero que diga la gente/que María Cristina me quiere gobernar”. ¿Pudor, vergüenza ajena o simplemente miremos para otro lado que al fin y al cabo es uno de los nuestros? La respuesta se hace esperar, quizá hasta cuando el drama llegue a su cénit.
María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, madre de la futura Isabel II, también asumió funciones, las de reina regente, porque la muerte del Rey Fernando VII sorprendió a la niña con tres añitos. Asumida la corona por su titular, la regente perdió sus funciones y casose con Muñoz y Sánchez Amante, su querido sargento de la guardia de Corps durante años, tantos que los carlistas le achacaron la paternidad de la niña reina.
Aquellos eran escándalos galantes, pero tan gravosos al país como los actuales; la regencia en funciones se estrenó con la primera de las tres Guerras Carlistas, diferendos que aún colean por los territorios en que los reaccionarios se hicieron fuertes. Los de ahora cursan a cara de perro y con la mentira como estandarte. Un nuevo mandato del trilero instalado en el palacete destruido por la guerra civil y reconstruido por Franco en la década de los cincuenta puede terminar como aún nadie sabe.
La actual residencia presidencial pertenece al Estado desde que Carlos IV compró el Real Sitio tras la muerte de la XIII Duquesa de Alba, aquella otra famosa Cayetana que cautivó al autor de los fusilamientos de La Moncloa, precisamente. Y fue la niña Isabel quien ya reinando traspasó la propiedad de toda la finca al Estado.
El trilero demuestra hasta qué punto es capaz de todo con tal de seguir viviéndola, apurando hasta el último sorbo cualquier indignidad que le permita dormir sobre lo que fue su primera medida como presidente: un cambio de colchón. Lo publicitó porque hace año y medio, tras hacerse con un gobierno imposible, no tenía nada más importante que ofrecer a los españoles.
Sigue en las mismas. Tras el pírrico éxito cosechado en unas elecciones trufadas de embustes y ocultaciones, se ha limitado a ofrecer una imagen: el apoyo mutuo entre dos perdedores, un millón trescientos mil votos menos en seis meses. Y de ahí no hay quien le saque mientras corre a un lado y otro los cubiletes con que el trilero oculta la realidad.