Se queda corto lo del gobierno Frankenstein, feliz imagen debida a Pérez Rubalcaba, un socialista como Dios manda, para definir lo que Sánchez trató de perpetrar hace pocos años para alcanzar la cúspide de la cucaña que para él es la presidencia del Gobierno.
El acuerdo firmado con Iglesias en horas veinticuatro, tiempo que a Lope le bastaba para escribir una obra según él mismo cuenta en la Epístola a Claudio Conde, es como el tráiler de una película de miedo; sólo un avance de lo que puede llegar a quitar el sueño a la inmensa mayoría de los españoles.
Sin confianza no habrá inversiones, y sin inversiones, empleo; el paro estrujará la bolsa de las pensiones, la deuda para pagarlas arruinará a la Nación hasta que la Unión Europea dé con la fórmula para dejar constancia de que estamos secos. ¿Qué pensarán entonces los estafados por el sanchismo y por los populismos de ambos extremos, diestro y siniestro?
Y qué pensar si se pide Iglesias la cartera de Defensa, como ya hizo en anterior ocasión. Entre sus filas tiene, ciertamente, a un general en retiro que luciría lo indecible como miembro del Consejo del Atlántico Norte. ¿En qué anda que no se le oye aquel secretario general en los últimos años 90, Javier Solana, otro socialista como Dios manda hoy al frente del patronato del Museo del Prado?
La dependencia de los escaños nacionalistas, separatistas, sediciosos y exterroristas, que de todo hay en la abstención indispensable para que la pareja autoproclamada como progresista comience a bailar, hace imposible la estabilidad de un gobierno puesto a resolver la situación en Cataluña. ¿Diálogo en Cataluña siempre dentro de la Constitución?, bromas no por favor.
Un puro despropósito, como todo lo que ha tocado este personaje inaudito que en cualquier democracia del mundo estaría en su casa por plagiario, embustero y tramposo electoral por prevalecerse como candidato de medios oficiales. El papel que ayer rubricaron es un ejemplo más de la desfachatez de sus firmantes.
El primero de sus diez puntos es “consolidar el crecimiento y la creación de empleo, combatir la precariedad del mercado laboral y garantizar trabajo digno, estable y de calidad”, loable propósito de imposible cumplimiento por su parte, sobre todo porque ¡no hay empleo que consolidar, cretinos! Y a continuación se centra en asuntos realmente esenciales para los españoles como “controlar la extensión de las casas de apuestas”, “garantizar un trato digno a los animales” y “asegurar España como país de memoria y dignidad”.
Lo bueno de este ridículo desenlace de las elecciones, es que deja a la oposición libre del chantaje del desbloqueo. La progresía unida ya no necesita del PP otra cosa que la denuncia de las tropelías que atenten contra los intereses generales del país. Escuchado el clamor surgido de las urnas, el centro derecha liberal podría trabajar en el Congreso con cien diputados, cien, para poner en negro sobre blanco una alternativa solvente, real.
No es este tiempo de zascandiles en el otro extremo del cuadro político. La demagogia sirve para acarrear indignamente votos entre quienes más respeto merecen: los desprovistos de horizontes, los huérfanos culturales y los desprotegidos sociales. Un poco de silencio no vendría mal.
Frankenstein y Drácula se bastan para no dejarnos dormir; el concurso del Hombre Lobo resultaría ya excesivo.