Marlasca, para entendernos, porque de Grande tiene más bien poco, reduce el atentado a las libertades de millones de españoles a un problema de orden público. Un jurista, como él es, o lo ha sido, habrá tenido que tragar muchos sapos antes de satisfacer la orden de su presidente: “Que nada se mueva hasta que Tezanos me haga la señal para actuar; la espero en la primera semana de noviembre, y ese día me pongo el tricornio y saco a la calle lo que haga falta para comerme a la derecha, a Vox y a quien se ponga por delante. Así ganaremos por goleada y ya no necesitaré para investirme a la tropa de nacionalistas y rojos; ni siquiera al de las anchoas”. Por ahí debió de ir la consigna con que cerró la reunión del grupo de crisis.
¡Un problema de orden!, tiene bemoles. Una comunidad autónoma víctima de luchas callejeras, saqueos, incendios, destrozos y, sobre todo paralizadas buena parte de sus comunicaciones por marchas que encabeza la primera autoridad estatal en ella, no es un problema de orden público. Es un problema de Estado que trae al pairo al poder ejecutivo de ese Estado. Algo tan insólito como lo de Nerón arpa en mano contemplando el incendio de Roma como si no fuera con él.
El ministro de Interior dice que bueno, qué se le va a hacer; la vicepresidenta, una tal Calvo, arguye que allí se está de maravilla, y que lo importante es lo de la momia de Franco, atención a Paracuellos y Mingorrubio. Y su presidente hablando de proporcionalidad. ¿De qué proporcionalidad habla el doctor cum fraude, proporcionalidad respecto de cuál de las atrocidades cometidas por la manada enfebrecida?
En democracia el orden sólo cabe dentro de las leyes, incluidas las de la física, como la de la gravedad. Orden y caos, causa y efecto. Una ley de la termodinámica viene a decir que la dirección de los cambios naturales, sin interferencias, va del orden al desorden. No hacer nada es el procedimiento más eficaz para cargarse un establecimiento de lo que sea, desde un banco hasta todo un país. Algo así le pasó con Cataluña al presidente anterior; el actual copia como acostumbra, y acabará dejándonos un espectacular desastre cum laude.
El departamento presidencial de propaganda está ahora volcado en hacer ver al ciudadano escandalizado por lo que sufrió durante la semana, que las cosas vuelven por sí mismas mismas a ser como eran. Que las ocupaciones de las plazas y calles son pacíficas. Extraña paz es esa en la que los ciudadanos de a pie no pueden transitar libremente por sus calles porque hay otros que les impiden la circulación sentados en medio de la calzada, jugando a las cartas, bebiendo…
No, ya no queman coches, tampoco contenedores, todo vuelve a su cauce… era un problema de orden público ¿usted realmente se cree lo que dice, señor Grande-Marlasca, también usted, señora Calvo? A su jefe es inútil preguntarle, dirá lo que convenga a su fin inmediato, volver a dormir en La Moncloa.
Residencia presidencial que, por cierto, terminará inservible para cualquiera si su inquilino no atiende las funciones que tiene encomendadas por el propietario, por el pueblo español. Lo dice la segunda ley de la termodinámica. Las otras, como la Constitución, para qué mentarlas.
Cataluña no es un problema de orden, es un problema de Estado. Del Estado del Reino de España.