El maestro Guerrero compuso dentro de su zarzuela “La montería” una milonga en la que el breve coro de tiples, en las zarzuelas las tiples solían ser breves, cantaba “Hay que ver, hay que ver, hay que ver / la ropa que hace un siglo llevaba la mujer…”. Lo recuerdo, tonadilla incluida, cada vez que leo las cosas con que el candidato Sánchez trata de engatusar al personal. ¡Hay que ver cuánta desfachatez!
Un solo ejemplo: hablar de subir el salario mínimo en puertas de una crisis es echar paladas de carbón sobre la hoguera del paro, como enredar con las pensiones para captar a quienes se le resisten. Sabe que no lo podrá hacer; o por decirlo mejor, debería saber. O aún peor: quizá no tenga idea de lo que le han escrito en el catecismo de campaña la noche anterior.
Tenemos un problema serio: el nivel educativo que ha esculpido la capacidad de raciocinio del españolito medio no da para poder sacudirse de encima tantas promesas falaces. Es terreno fértil para tragarse el truco del trilero; la bolita no se mueve del cubilete que lleva grabado a fuego el nombre del embaucador, pero ante la habilidad con que se mueve de izquierda a derecha y de un lado al otro el pasmado cae en la tentación de apostar por las apariencias… y perder.
Ese es el juego de este señor, del que sólo un milagro podría liberarnos. Claro que son posibles los milagros, aunque quienes se empeñan en cultivar su escaso cuartal de tierra sin atender lo que conviene al resto de la finca los hacen punto menos que imposibles.
Pero no hay razón suficiente para abandonar toda esperanza, tremenda sentencia que Dante puso a la puerta de los infiernos en su “Divina Comedia”.
Porque las papeletas que entran en las urnas tienen algo de varita mágica, o mucho. Son capaces de mandar al trilero a freír puñetas, como los grandes magos que en un abrir y cerrar de ojos teletransportan a la ayudante desde la jaula velada a una poltrona situada en la otra esquina del tinglado.
Eso sí, para ello es preciso discernir entre un montón de papeles lo que a cada cual mejor acomoda. Quedarse viendo el espectáculo detrás del cristal, como si esto fuera una inmensa pecera, es garantía de que el candidato sanchista seguirá con sus martingalas para simultáneamente encarnar a la España constitucional y a la plurinacional; travestido de centrista aquí y allá de podemita, etc.
Lo dicho, hay que ver, hay que ver… lo nunca visto: la bilocación de un candidato a gobernar las crisis que tenemos encima.