Como guante de seda le viene la imagen a Alberto Carlos Rivera Díez, Albert Rivera en los carteles, la estrella de Ciudadanos.
Hace unos años, cinco exactamente, firmaba un libro titulado “Juntos podemos: el futuro está en nuestras manos”, pretexto para exhibirse firmando ejemplares en la Feria madrileña. Hoy ni come ni deja comer. Con quién juntarse para poder no se sabe qué quizá sea una pregunta que no le deje dormir. Lo que parece cierto es que el futuro está en otras manos, no en las «nuestras», sopena de que… ¿quiénes son los nuestros?
Ciudadanos es un proyecto nacido de la imagen de los actuales partidos liberales que en países como Alemania o el Reino Unido ponen el poder en manos derechas o izquierdas en función de las circunstancias. Es decir, una bisagra capaz de girar a un lado u otro. El propósito es sumamente respetable cuando lo anima el interés general, pero deja de serlo si el móvil es el interés partidario, y qué decir si todo se reduce al personal del líder.
En esas estamos. Mientras Rivera siga empeñado en ser el líder de la oposición es muy probable que siga siempre en la oposición sin poder liderar nada. Su reluctancia a jugar el papel de bisagra en favor del PSOE -cosa sumamente comprensible con Sánchez– no se debe tanto a razones programáticas -ya pactó con él hace pocos años- como al miedo de dejar la oposición al sanchismo en manos de Casado y los populares.
Y de España Suma, ni hablar. La dilución en un partido con vocación de gobierno y que de bisagras no quiere saber nada que no sea cómo utilizarlas, lo ve como el final de su aventura.
Así, y con los artificios desplegados por Sánchez e Iglesias durante el largo verano sin gobierno a Dios gracias, se cierra la última edición de un cuento de encantos y desencantos como el que hace exactamente cinco siglos dio argumento a Lope para escribir su comedia palaciega.