El portazo ha vuelto a ser sonoro. España se libra de un gobierno trufado de comunistas bolivarianos, y no tanto por obra del encargado de formarlo como por el peso de la Historia. Europa no es el Caribe.
En el día del santo patrón de las Españas la ambición de Sánchez se dio de bruces con la dura realidad de una sociedad que no está para bromas. Una ancha mayoría de los representantes recién elegidos, unos porque no y otros porque tampoco, rechazó la candidatura de quien se presentó sin mayores poderes que su cara bonita.
Enredó a la extrema izquierda podemita esperando tal vez que la inestable situación de su sanedrín abriera las puertas a la adhesión de los golpistas catalanes antes de que caiga sobre sus jefes la sentencia merecida. Septiembre es demasiado tarde, se le escapó en alguna ocasión, y así lo confirmó el portavoz Rufián al concluir la sesión del segundo fracaso.
E ignoró al centroderecha con suicida determinación, ignorando que sólo una gran coalición podrá resolver con cierta garantía los desafíos que amenazan nuestro futuro inmediato. No sería la primera vez que el ejemplo alemán planeara sobre la arena política nacional; el PP le hizo ese ofrecimiento que hace ahora tres años rechazó a Rajoy.
Eso sería jugar el papel que corresponde al patriota, más preocupado por salvaguardar los intereses generales de los españoles que de velar por el protagonismo de su propia persona. Pero tan romo es el personaje que no atina a calibrar lo que le bridaría ese papel de presidente de un gobierno nacional de coalición: el liderazgo de toda una nación en marcha.
Y, como Casado le dijo, hacer tan grande el espacio central de la moderación que socialistas y populares puedan ganar en él. Pero es incapaz hasta de imaginarlo.
Hoy los sanchistas – ¿dónde están los socialistas? – distribuyen culpas a diestro y siniestro, la portavoz de Unidas Podemos convierte el femenino en genérico, y Sánchez se vuelve a La Moncloa como si nada de esto hubiera pasado. Es decir, como si no hubiera habido elecciones, o como si su pírrica victoria le bastase para seguir volando, o como si no cayera en cuenta de que todos ya han descubierto su naturaleza de embustero.
¿Sería demasiado pedir que Santiago, además de cerrar España a un Gobierno de extrema izquierda, nos alumbrara otro candidato, incluso socialista?