Sánchez quiso jugar a jefe de Estado y la aventura nos salió por un pico. En su soberbia, realmente inconmensurable, se le ocurrió aquello de “llamar a consultas” a los dirigentes de los demás grupos parlamentarios, cuando lo que le correspondía era echar sobre el tapete un programa propio y buscar las adhesiones necesarias, o acuerdos paralelos, para ponerlo en marcha. Eso era cumplir con el encargo real; lo demás, una estupidez como ha quedado demostrado.
Lo que no comienza por el principio suele no llegar hasta el final. El proceder el candidato frustrado ha sido una sucesión de artimañas que inhabilitaría a cualquier dirigente en el mundo de todo tipo de empresas, culturales, económicas o deportivas.
Ignorante del sabio principio que Lincoln dejó dicho, Sánchez ha pretendido engañar a todos durante todo el tiempo; nada menos que durante tres meses. Montar un gobierno de izquierda radical pero sin los radicales, para que la abstención del centroderecha le permitiera ocupar el banco azul sin la ayuda expresa de los golpistas, filo etarras y otros nacionalistas de diversa laya. El engendro ha terminado como el rosario de la aurora.
El diseño de la jugada requería del tiempo como elemento básico para engañar a tantos. Tres meses, tres nada menos, para resolver lo que la UE ha hecho en poco más de una semana: la investidura de un jefe de gobierno.
La causa de todo ello es bien clara: su único programa es su propia persona. Todo lo demás lo fía a su instinto de conservación; lo va urdiendo en función de su supervivencia. Empeñará su palabra en remover los huesos del dictador como si así pudiera cambiar al final de una lejana guerra civil; seguirá tirando de los presupuestos populares porque no tiene nada mejor que echarse a la boca; pero indultará a los condenados por sedición, rebelión o lo que sea cómo quede lo de Junqueras et alia, alegando que sólo así pacificará a los golpistas, cuando en realidad sólo pretende sacarse de encima el problema durante su mandato. Y el que llegue detrás, que arree.
Lo virtual todo lo permite, pero lo real tiene sus reglas, y algunas bastante probadas. El diseño de una obra, cualquiera que sea su naturaleza, puede iniciarse desde su cubierta o por la fachada más visible, pero su puesta en pie requiere de cimientos sólidos sobre los que asentarla. Y los artificios nunca lo son.
Un partido de gobierno, como el socialista lo es, está abocado a consolidar su posición con la asistencia, el concierto, de otro de su misma naturaleza. El sanchismo ha venido haciendo todo lo contrario desde que se hizo con el poder. El apoyo de los antisistema socava las bases del sistema constitucional, de la paz democrática que viven los españoles desde hace décadas, cerca ya del medio siglo.
El Gobierno que el país necesita hoy ha de contar con el concierto entre el socialismo y el centro derecha. Que el sanchismo sea capaz de devolver su naturaleza al partido socialista es el gran problema para conseguirlo. No hay que soñar con una gran coalición, tan lejos de Alemania como estamos, bastaría simplemente con concordar los pilares fundamentales de una política nacional de altura para los cuatro próximos años.
Eso es empezar por el principio: pensar en la libertad, el progreso y la igualdad de derechos de todos los españoles, y poner todo en marcha para hacerlo realidad. Todo un arte que no está al alcance de cualquiera.