Valls saldrá del Ayuntamiento de Colau para adornar el próximo gobierno Sánchez, si éste llega a formarlo. La jugada abrillantaría la pátina centrista de la que se ha recubierto nuestro fraudulento doctor. Al menos, por unos meses, porque el franco catalán, una vez sentado en el banco azul, probablemente trate de ir avanzando hacia su cabecera para hacerse con el gobernalle de la nave.
Auparse hasta lo más alto es su ambición no satisfecha. En Francia intentó ser candidato a la presidencia republicana en dos ocasiones, 2012 y 2016, coronadas ambas con el fracaso. En el Reino de España habrá de conformarse con la del Gobierno. La inconsistencia de Sánchez y la experiencia vivida en París tal vez le salvaran de un fiasco más. Al fin y al cabo, para un expresidente del Gobierno francés, los de aquí no dejamos de ser simples petites espagnols.
De momento aportaría a Sánchez un cierto aroma antinacionalista, que para eso le ha servido su breve baile con Rivera, quien se dejó engañar como un chino del interior. Y las arremetidas que desde su ruptura propina a Ciudadanos le reponen sus hechuras socialdemócratas. En resumen, el candidato perfecto para un nuevo gobierno bonito del sanchismo.
¿Y cómo salvar a un Iglesias que chapotea en los remolinos abiertos por la estrepitosa derrota de la extrema izquierda, sin sentar un podemita a la mesa? Pues con un hombre de renombre, históricamente vinculado al comunismo vía Izquierda Unida, poeta laureado y desde hace poco menos de un año puesto al frente del Instituto Cervantes: Luis García Montero.
Carmen Calvo le catapultó hasta el sillón del que desalojó desconsideradamente a Juan Manuel Bonet, a quien ya había descabezado años antes de la dirección del Reina Sofía siendo ministra con Zapatero. Si la hoy vicepresidenta en funciones sigue teniendo la influencia que sobre Sánchez ha ejercido, García Montero podría relevar al andaluz José Girao, amigo y antiguo compañero en la Universidad de Granada.
O a la socialista vasca Isabel Celaá, titular de Educación además de insólita portavoz; socialistas ya tiene demasiados para tan escaso peso parlamentario. Y si necesitara mujeres, ahí está Almudena Grandes, esposa de García Montero y habitual de El País, cosa que tampoco viene mal.
Semejante gambito no colmará la sed de Iglesias, más bien podría hundirle aún más en la miseria, pero el presunto presidente podría escenificar un nuevo tiempo, su nuevo tiempo, con dos figuras nuevas en la tediosa escena de la política convencional.
Pero lo sustancial, Navarra por ejemplo, no va con él. El vendepatrias no tiene cura.