No está para hacer el ganso el momento político. Ni tampoco para escandalizar al personal. ¿Qué puede pensar de la última ocurrencia de los de Rivera sobre el consistorio madrileño un ciudadano del común? Lo primero, que los políticos están más interesados en su silla que por su trabajo; luego, que se pierden por el brillo y demás regalías de los cargos. Y es que para muchos, la imagen es el nuevo vellocino de oro para alcanzar el poder.
Supeditar la formación de un gobierno de centroderecha a alternarse en su presidencia, dos años tú y otros tantos yo, es una gansada impropia de gente responsable. El país está pidiendo a gritos, aunque no se oigan, una política centrada en la atención a los intereses generales para garantizar la libertad en una sociedad más justa y solidaria.
Los españoles votaron como votaron y dejaron al descubierto las vergüenzas de los partidos.
La incapacidad que aqueja al sanchismo para montar un gobierno estable es lo que pasa cuando sólo uno de cada cuatro ciudadanos confía en Sánchez. Parapetarse tras tres convocatorias electorales simultáneas no le ha servido demasiado. Pero ahí va, sorteando la realidad hasta terminar topándose con los mismos apoyos que le sentaron en el banco azul.
Entre estos tampoco hay demasiadas alegrías, y andan a la búsqueda de la preciada seguridad para los próximos cuatro años. En la Ciudad Condal, Colau ofrece a los socialistas catalanes compartir el gobierno municipal; es decir, formar un equipo, bajo su presidencia, que por algo registró dieciocho mil votos más que Collboni.
Enfrente, las tres formaciones que recogieron los votos liberales y conservadores de ámbito nacional han sumado muchas mayorías en las autonómicas y municipales. Como no podía ser de otra forma, sus apoderados han tomado conciencia del mandato recibido y, aunque de a pocos, van cerrando gobiernos locales en más de media España en función del peso de cada cual.
Concretamente en la batalla por Madrid el centro derecha recibió ciento diez mil votos más que la izquierda, y dentro de los vencedores, el popular Martínez-Almeida cosechó ochenta y tres mil votos más que la ciudadana Villacís y doscientos setenta mil más que el vocero Ortega.
Cuando la mayoría de los madrileños, el 51%, ha confiado en ellos para que procuren el progreso de su ciudad, no parece sensato andar enredando con el juego de las sillas, ¿cierto?
Dos años uno, dos años otro; y por qué por meses, o por días: lunes, martes y miércoles… Extraña chocarrería ciudadana.