¿Se imagina usted a un señor de Palencia haciendo campaña fotografiándose en pelotas? Por ahí va la distancia que media entre Pablo Casado y Albert Rivera; la seriedad y rigor castellanos frente a la extravagante exuberancia del catalán. Los debates lo dejaron cristalinamente claro.
Como no menos transparente resultó la impostura permanente de Sánchez y la falsa mansedumbre de Iglesias.
Hasta la noche del 28 no sabremos para qué hayan podido servir los dos debates, más allá de dibujar los perfiles de sus protagonistas. Pero en cualquier caso han probado cuánta razón tenía el hasta ahora presidente para huir de cualquier confrontación. Sus conocimientos son tan precarios como escasa resulta su dialéctica, incapaz de rebatir nada más allá de la broma del detector de mentiras.
Por cierto, hay que tener tupé para que el personaje que se inventó las conclusiones de un detector de plagios sobre “su” tesis, tache a nadie de mentiroso; para descalificar a sus oponentes con una carta que nada tiene que ver con lo que dijo que decía; un presidente que ha firmado un libro que no escribió, editado por los mismos propietarios de la cadena televisiva que eligió.
Que Sánchez sea un mentiroso compulsivo es grave, y más aún si ocupa la presidencia del Gobierno en los cuatro próximos años. Su comportamiento en los debates le inhabilita para asumir tal función. Pero sobre todo ello se cierne algo definitivo: los apoyos ya recibidos de los golpistas catalanes y exterroristas vascos. Si la solícita ayuda de los comunistas a la violeta que Iglesias dice comandar no resulta tranquilizadora para el progreso de la sociedad, la connivencia con los descuartizadores de la Nación es algo insólito.
Iglesias es lo que parece, un taimado agitador vestido de lagarterana para la ocasión. Tiene gracia su apelación al texto constitucional como si se tratara del Libro Gordo de Petete. Tal vez la paternidad con su correspondiente permiso laboral le haya brindado la ocasión de leerse por fin lo que tiene prometido cumplir y defender. Lástima que se le cuelen las banderas republicanas en los mítines que la tv retransmite; lástima que cargue contra las libertades de información y de empresa, contra la Corona o la magistratura judicial; lástima que no sepa de cuentas para prometer la luna y compresas gratis para todas; lástima de demagogia tras tantas ínfulas constitucionalistas.
Rivera, el catalán de madre andaluza que interrumpe a los demás con tanta o mayor vehemencia que Sánchez, tiene algo de payaso impostado. Convierte en endecasílabos las banalidades más vulgares y por hacerse un hueco en las alturas arremete contra su aliado natural dando así aire al adversario que dice combatir. Brillante como los fuegos fatuos le pierde la sobreactuación. Todo un candidato de diseño a cargo de publicitarios. No es el trasunto nacional, como pretende, de Macron quien, por otra parte, ha perdido buena parte de su lustre en demasiado poco tiempo.
Casado es castellano, demasiado sobrio para lo que mandan la evanescencia de la imagen y las redes sociales de anónima responsabilidad, pero el único de los protagonistas del reality que se sabe la mayor parte de las asignaturas que la Nación tiene pendientes. Por eso, y por su talante, podría ser el mejor presidente. En nueve meses ha pechado con el peso muerto de la corrupción que remeció muchas vigas maestras del templo popular. Adelantando más de un año las elecciones generales Sánchez ha impedido la consolidación de la nueva estructura que Casado comenzó a cimentar al día en que ganó las primarias de su partido frente a la candidata de la continuidad.
El doctor cum fraude hace y hará todas las marrullerías a su alcance, como ayer demostró llevando al debate un libro del ausente Abascal, la carta falseada de la Junta andaluza, o contando con la asistencia servicial de los llamados moderadores de la sesión.
Acortar la legislatura aduciendo la pérdida de la votación sobre los presupuestos, teniendo prorrogados los anteriores, es un pretexto tan falaz como lo fue la alusión a Rajoy en la sentencia del magistrado De Prada para justificar ahora su asalto al poder. La verdad es que tampoco en esto ha sido original; Calvo Sotelo acortó la legislatura iniciada en 1979 convocando a las urnas en el tercer año, y con ello cortó el proceso de consolidación del CDS promovido por Suárez.