Algo anómalo sucede cuando un presidente de Gobierno culpa a populares y ciudadanos de tener que gobernar apoyado en golpistas y comunistas, además de exterroristas. La pregunta inmediata a tamaño dislate es clara: ¿y qué necesidad tiene usted de meterse a gobernar?
Pedro Sánchez Pérez-Castejón está afectado de un trastorno de personalidad histriónico y narcisista. Se siente especial, el más importante; es arrogante al tiempo que persigue el halago y complacencia de los demás. Esa búsqueda permanente de atención le incita a cambiar sus coordenadas en función de las circunstancias. En fin, un caso extremo de egotismo.
Claro que no conduce a nada preguntar a un narcisista, al autor de un manual de resistencia, por quién le manda meterse donde está. Vive convencido de que su habilidad para someter cuanto se le ponga por delante, de hecho la ha tenido para cargarse al partido de gobierno que atendía por las siglas PSOE, no tiene rival. ¿Quién como yo?
No es asunto menor que un presidente de cualquier cosa, desde una comunidad de vecinos hasta la mismísima Casa Blanca, sufra este tipo de trastornos. Porque entre sus carencias está la incapacidad para reconocer las necesidades y sentimientos ajenos. Por ejemplo, las de los catalanes sojuzgados por unos gobernantes que hacen escarnio de la ley a golpe de tuits del forajido que vive en las nubes de Waterloo.
Es escandaloso el hecho de supeditar todos los poderes al alcance de su mano a mantenerse en la Moncloa sin más objetivo que preservar su estatus. Nuestra sociedad acabará pagándolo caro, si es que llega a tener algo con que pagar.
Los expertos confiesan que no saben a qué está esperando ese treinta por ciento de ciudadanos que no tiene decidido su voto; lo extraordinario es que aún haya un porcentaje similar manifestando sus simpatías por este egotista.
La pregunta que sólo él podría responder es ésta: ¿el miedo a someterse a un cara a cara con Pablo Casado es producto de la soberbia propia de su trastorno o del pánico a verse arrinconado ante las verdades del barquero?
El debate a cinco o seis le permitiría lanzarse por los cerros de Úbeda, el aborto, la eutanasia, la memoria histórica, y demás asuntos de interés vital para los españoles en general y sobre todo para los parados. ¿Debate a dos? quite usted, por Dios.
Está claro que no se atreve con el tango, prefiere la sardana.