Resulta que hay cuarenta y un senadores franceses que reclaman algo en favor de los golpistas catalanes; no se sabe exactamente qué porque también en Francia hay políticos expertos en hacer el payaso, fair le pitre.
Si un prefecto declarara la independencia de cualquiera de sus dieciocho regiones, o de los ciento y un departamentos, algo así como nuestras provincias, a los senadores-abajo-firmantes no les daría tiempo a fair le ridicule porque, sin necesidad de jueces ni de supremos tribunales, Macron, como Napoleón en su tiempo, habría puesto a buen recaudo al iluso en una loquería.
Eso sí, el prefecto en cuestión no habría podido disponer de una ley de independencia porque las regiones, ¡ay! no tienen cámaras legislativas, como en aquí, sólo Consejos que se ocupan de calcular cuántos euros debe enviarles el Estado central. En fin, tiene bemoles que en el país más centralizado de nuestro entorno salgan unos senadores pidiendo árnica a quienes quieren desguazar el nuestro.
Menos mal que aquellos Cien Mil Hijos de San Luis que acabaron con el trienio liberal son hoy sólo cuarenta y un senadores francos.
Los abajo-firmantes representan poco más del diez por ciento del total del Senado, pero entre ellos los hay de todos los grupos; del formado por los comunistas, ecologistas y la Francia Insumisa de Mélenchon han firmado todos, 16; los socialistas aportan trece, los de Macron y de la República en Marcha, los colegas de nuestros Ciudadanos, cuatro cada cual, etc.
Naturalmente, los partidos más serios se despojaron rápidamente de cualquier responsabilidad, atribuyendo el ridículo al título personal de sus respectivos firmantes. El Gobierno reaccionó como debía, indicando su respeto a las reglas constitucionales de un Estado de derecho como el español, “en el que nadie, por mucho que sea parlamentario francés, tiene por qué inmiscuirse«. Y a otra cosa, mariposa.
Pero como cuando algo se tuerce puede terminar retorciéndose, ayer mismo se conoció la carta que AMLO, el presidente de los Estados Unidos Mexicanos, ha dirigido al Rey pidiendo que España reconozca y pida perdón por las atrocidades que cometió en la conquista.
El caso me trae a la memoria una historia personal que viví en México DF hace veinticuatro años. En mi primer desayuno en la capital azteca me topé con un artículo en el Excelsior poniéndonos como chupa de dómine por lo que nuestros conquistadores pudieron hacer cuatro siglos ha y reclamando disculpas de nuestra parte, como ahora AMLO.
No recuerdo en nombre del autor del largo texto que el diario había titulado a tres columnas en su primera plana, pero sí que sus apellidos eran más castellanos que los míos, ciertamente. El caso es que pocas horas más tarde fuimos presentados en un coctel social.
Al cabo de tres o cuatro frases de cortesía no se le ocurrió mejor idea que preguntarme si había leído su artículo; con mucha atención, le respondí. ¿Y qué opinión le merece? insistió, a lo que, sin entrar en otras disquisiciones, le contesté que puesto a reclamar disculpas comenzara por sus abuelos, porque los míos se habían quedado en España.
Pues eso; el grito de López Obrador, mes y medio después de la visita de Sánchez, no tiene más sentido que el demagógico. ¿Habrá algo más reaccionario que enfrentar el futuro mirando por el retrovisor de la Historia?
Que con cuatrocientos españoles y quince caballos, Cortés europeizara aquel país sólo se entiende con la complicidad de muchos millares de nativos, del alcance de unas alianzas que tal vez hicieron de la conquista una guerra de liberación de diversos pueblos mexicanos frente al dominio azteca.