La desvergüenza ha terminado por adueñarse del Gobierno. Sánchez recorre España como matón guarnecido por una corte de ministras transmutadas en agentes electorales. Con la sonrisa impostada del que quiere pasar por buen chico, no cesa de atropellar principios elementales del juego democrático, como el de la igualdad de oportunidades.
Y burlando una vez más a la verdad, se presenta como el candidato centrista y socialdemócrata responsable que todas las mamás quisieran de novio para las hijas. En su campaña sólo hay una mercancía a la venta: él mismo.
Rajoy también dio en monotemático. “A la gente le preocupa el empleo”, de dijo su Iván particular, y para el gallego nada existió que no fuera la crisis económica. El éxito inicial tras el descalabro heredado de los socialistas se tornó en penuria cuando sus seguidores buscaron nuevos aires en otros caladeros, quebrándose en tres la fuerza popular.
Volviendo al doctor, su carrera por burlar el espíritu de las leyes es encomiástica. La malversación del Decreto-Ley tiene el recorrido tan corto como la oposición esté dispuesta a consentir. De los aprobados en los últimos Consejos ninguno reúne la exigencia de urgencia que justifica el uso de ese procedimiento legislativo extraordinario. Ni su interés social es tal que España se derrumbaría sin su concurso.
El uso de los resortes estatales, desde el dinero hasta el trabajo de los funcionarios, está siendo tan descarado que sólo la apatía de una sociedad adormecida entre las mallas de wasap, tuits y demás redes es capaz de tolerar.
Pero la oposición está para algo tan sencillo como oponerse. Oponerse a los abusos para neutralizar sus efectos; denunciar la catadura ética de esta subclase política amparada bajo la etiqueta socialista que ha usurpado.
La desvergüenza llega al esperpento cuando quienes aplaudieron hace menos de una semana a la presidencia del Congreso, valorando su integridad y la independencia con que ha ejercido sus funciones durante toda la legislatura, ayer se lanzaron a su yugular tachándola de hooligan. Nada menos.
Y se quedaron tan anchos; ellos y ellas dopados por el estupefaciente del aroma de poder que descubrieron en los últimos nueve meses. Los meses más estériles dentro de los cuarenta años de democracia.