Buena parte de la campaña que nos cae encima se dirimirá en forma de duelo sobre el cisma catalán. El expresidente del diálogo ha comenzado a sobreactuar tachando de impresentables a los separatistas con los que se carteaba hasta hace una semana.
Todo iba como la seda, aparentemente, hasta que Iván le convenció de que su elección, las generales, tenía que adelantarse a las locales y europeas para evitar que recayera sobre él la responsabilidad de otro fracaso tal que el andaluz.
Como en la Casa Blanca, en La Moncloa el jefe de gabinete, Iván Redondo, pinta más que la vicepresidenta, y Carmen Calvo tuvo que mandar ¡un tuit! no tanto para cerrar las puertas al diálogo como para abrírselas a un Sánchez travestido de Santiago matamoros cargando contra los rebeldes catalanes.
En esas está el doctor chisgarabís; no se ha quitado de encima el espectro de lo ocurrido en las andaluzas: si la culpa fue de las negociaciones, leña a los sediciosos, que pronto volverá a llamar golpistas para estar a la altura de los del 155.
La artimaña descoloca a éstos después de haberse pasado medio año poniendo cual no digan dueñas a la tribu nacionalista y, por ende, a un presidente de gobierno que hacía como que hacía y tal vez sabiendo que no podía hacer nada. ¿Realmente pensaba Sánchez que acabaría domeñando a la fiera?
Si así fuera, el personaje no está en sus cabales; si, por el contrario, todo era un McGuffin, una excusa para justificar una estrategia política que ni siquiera existe, el personaje es un cara dura. Elija la que se elija, no tiene pase.
En todo caso, las armas están servidas: Sánchez disparará contra todo, a un lado contra la Cataluña irredenta e insensible a sus halagos, y al frente contra quienes entienden que, visto lo visto, el problema requiere cirugía y reposo: un 155 profundo, todo un enigma en el nuevo Senado.
¿Está realmente tan perdido el caso que no cabe alternativa a la suspensión del autogobierno?
Háyala o no, la realidad es que ese extremo requiere un gobierno nacional dispuesto a ello y una mayoría inapelable en el futuro Senado. Ambas cuestiones se dirimen en las próximas elecciones generales, quizá las más sucias de nuestra democracia visto su estreno en los medios controlados por el Gobierno.
Una competición abierta entre desiguales, en la que una parte juega sabiendo que contará con los apoyos necesarios para seguir mandando, mientras que la otra caerá víctima de la Ley D’Hont si sus protagonistas no coordinan fuerzas. Lo demás es pelear con una mano atada a la espalda.
La palanca de Casado y Rivera para resolver el enigma se llama sumar.