Asaltar la alcaldía de Barcelona después de haber sido primer ministro francés es toda una aventura de riesgo, por muchas que haya vivido su protagonista. Cabe pensar que Manuel Valls no se resigna a vivir el destierro con el que los franceses liquidaron su paso por la política, y aterriza en la ciudad donde su padre, catalán residente en Francia desde los años cuarenta, quiso que naciera.
Su salida de Francia recuerda el episodio de Santa Teresa sacudiéndose de sus sandalias hasta el polvo de su Ávila natal. Y atrás dejó también el Partido Socialista francés al cabo de treinta y siete años de activa militancia.
Fracasado su intento de entrar en las primarias presidenciales de 2012, el nuevo presidente socialista, Hollande, le nombró ministro de Interior, y primer ministro dos años más tarde, cargo del que dimitió para volver a presentarse a las primarias ante la siguiente elección presidencial.
Además de perderlas negó su apoyo al ganador, gesto duramente juzgado por su propio partido, de cuyo grupo parlamentario salió hace año y medio para pasarse al liderado por su exministro de Economía, y ahora nuevo presidente, Macron.
En La Republique en marche permaneció un año, hasta que hace cinco meses dejó su escaño en la Asamblea Nacional y con él una larga e intensa vida política francesa para lanzarse a la aventura española.
Más allá de su campaña barcelonesa, ha lanzado poco menos que un manifiesto sobre la política nacional en el diario “El País” reclamando un Pacto de Estado para preservar lo que llama el paradigma socialdemócrata vivido por España desde 1977, año de los Pactos la Moncloa. Y de paso, entre paréntesis, que nada cambie en Andalucía.
Pero a diferencia de aquel consenso entonces alcanzado, ahora circunscribe el acuerdo a las fuerzas teóricamente vertebradoras de la política nacional, socialistas, populares y ciudadanos.
En el artículo, cofirmado con el exdiputado socialista César Giner, advierte: “No se debe trabajar con los separatistas que quieren romper Europa, España y Cataluña; ni se puede buscar el diálogo con quien quiere implantar un sistema de convivencia —la extrema derecha— que no se corresponde con las máximas de libertad, igualdad, tolerancia y justicia.”
Puestos a señalar a los enemigos del sistema constitucional de convivencia no resulta serio olvidarse de Podemos y sus franquicias, pero aún más insólito es el doble trato que reserva a los dos destinatarios de su admonición: Sánchez no debe trabajar con los separatistas, y Casado no puede buscar el diálogo con Vox. Debe de ser harto más grave buscar el diálogo con Vox que trabajar con Iglesias, Torra, y Rufián.
¡Ni buscar el diálogo! Destierro para los representantes de trescientos noventa y seis mil andaluces, los doce diputados que pueden contribuir a que Andalucía viva el cambio de gobierno por el que más ciudadanos se decantaron.
Los extremismos se combaten políticamente, y en última instancia sólo a la Justicia compete sentenciar. Lo contrario, colgar sambenitos, como coser estrellas de David o confinar disidentes en Siberia conduce a la degradación de sus autores y al holocausto de las víctimas.
Mal principio el del cordón sanitario propuesto por un jefe de gobierno francés que busca acomodo en una alcaldía española.