Al único sitio que lleva el paripé del llamado presidente del Gobierno sobre Cataluña es al encono global. Está esterilizando la capacidad de diálogo en el seno de la sociedad catalana, que es donde está la raíz del problema. No cabe una solución nacional sin el reajuste previo de la situación política en aquella comunidad.
Para Sánchez el alcance del diálogo tiene las patas tan cortas como sus mentiras. Lo retrata la respuesta dada tras filtrarse la indignidad de haber recogido las exigencias de Torra: “serán ignoradas”. Pudo habérselo dicho a la cara, pudo haber arrojado al suelo el papel hecho un gurullo, en fin, pudo haberle mandado a la mierda, pero no; calló en tanto que la felonía no fue descubierta.
Al procés sedicioso se opone el paripé de un diálogo más que de sordos, de ciegos; pues ciego hay que estar para no ver que lo recorrido no lleva a ninguna parte. Es la imagen cabal de la noria movida por el borrico siempre pisando sus propias pisadas.
El doctor chisgarabís puede vivir en la ensoñación de que el tiempo acabará por pudrir los lazos que mantienen viva la ficción republicano-independentista hasta ver desencuadernado el golpismo.
Qué pueda pasar al otro lado del Ebro le trae sin cuidado; por el momento, hasta ver cómo los votos socialistas se pierden por las rendijas de la abstención. O cómo ponen pies en pared los escasos dirigentes del antiguo PSOE con la independencia suficiente para no hacerse cómplices de tanta insensatez.
Entre tanto, vacaciones; desde Las Marismillas de Doñana hasta La Mareta de Lanzarote. Las fincas de Patrimonio Nacional al servicio del primer ministro que nunca ganó unas elecciones populares pero que tanto diálogo le tiene exhausto. Y así seguirá, haciendo el paripé el tiempo que haga falta para mantenerse viviendo como nunca soñó aquel chico que unos amiguetes hicieron doctor llevando bajo el brazo una tesis de corta y pega de la que sigue sin dar razón, por cierto.