No resulta tan sencillo dilucidar qué cumple mejor a la personalidad del presidente de este Gobierno, si la indecencia o el ridículo. Ayer, miércoles 21 de noviembre, dio sobradas pruebas de su enjundia. Equiparar al golpista Rufián con el centrista Casado, es sencillamente impúdico; y sobre todo, ridículo.
Como grotesco resultó que pidiera perdón a los españoles por el espectáculo que los golpistas y otras gentes de menguada liberalidad acostumbran a ofrecer en la cámara. ¿Con qué autoridad, precisamente quien en más de una ocasión tildó de indecente a su predecesor?
Este pobre mentecato, convertido últimamente en infatigable viajero, sigue embarcado en el sueño de complacer a sus acreedores por la vía de los abalorios. Y por ahí salió para La Habana, modelo de democracia popular del gusto de sus socios leninistas, con mejor cartel que el del predio que cultiva su compadre Zapatero.
Como del CIS se fía menos que de la lotería, no llegará a hacer ninguna de las barbaridades que suelen ocurrírsele por miedo al coste electoral que supondrían.
Por ello la cuestión catalana está y seguirá estando empantanada sobre las paletadas de cal y de arena que echa sin otro sentido que el de pasar el tiempo; es un tema sensible para el votante socialista de toda España, con permiso de Iceta.
Los Presupuestos, ¿a quién preocupan los PGE?, adelante con los de Rajoy. La cascada de decretos con que ha amenazado terminará reducida a un pequeño chorro para satisfacer la sed de los insaciables; vano empeño, como hoy han demostrado los republicanos catalanes dejando caer a la ministra Delgado. Eso sí, no hará el tonto como su colega italiano porque alguien le ha soplado por detrás que con las cosas de comer no conviene jugar.
Pero Gibraltar… ¿realmente a quién importa tener ahí abajo una colonia británica? Y ahí nuestro ridículo baranda dejará el sello de su incapacidad rompiendo la serie histórica de razones que abonan el derecho de España con la misma impudicia con que Tezanos se ha cargado el estudio futuro de la evolución de la opinión de los españoles.
Mientras Sánchez hacía las maletas para pasar dos días en el Caribe May cogió el teléfono para torear a su colega hispano y seguir burlando los compromisos internacionales sobre el Peñón. A nuestro doctor cum laude parece importarle un pito la expoliación de territorio nacional para construir el aeropuerto, o la extensión de millas marítimas sin derecho alguno.
Pero ocasión como la del Brexit no se dará en muchos años para hacer cumplir la Resolución 2070 de Naciones Unidas, diciembre de 1965, que urgía a los gobiernos de ambos países a iniciar las conversaciones previstas el año anterior por el Comité de los 24 para la defensa del principio general de la unidad territorial de los países.
En 1980, Suárez presidente, el Gobierno español expresó en la Declaración de Lisboa su deseo de: “reafirmar su posición respecto al restablecimiento de la integridad territorial de España.” Y sobre ella, cuatro años después, González presidente, se acordó en la Declaración de Bruselas: “El establecimiento de un proceso negociador a fin de solucionar todas sus diferencias sobre Gibraltar… Ambas Partes acuerdan que, en el marco de este proceso, serán tratadas las cuestiones de soberanía.”
Sánchez se conforma hoy con echar el freno al contrabando de tabaco; ridículo. Tal vez pensando que a nadie importa la unidad territorial de España; indecente.