Alguien que en una entrevista televisada repite cada dos minutos “yo soy el Presidente del Gobierno” es que aún no se cree que realmente sea Presidente de Gobierno; que alberga dudas sobre si será un sueño todo lo que está viviendo. No sería de extrañar que él mismo no alcance a entender cómo, desde la nada, ha llegado hasta la cabecera del banco azul.
Mala cosa estar a merced de las ocurrencias de un personaje que no acaba de saber dónde está; este síndrome hamletiano que en las tablas suele resultar interesante acaba resultando letal en la Cámara donde se dilucidan las cuestiones de los españoles.
En una de las ocasiones en que Sánchez se proclamaba Presidente fue para afirmar, muy serio, “yo soy el Presidente del Gobierno y haré lo que quiera en la Cámara”. Una barbaridad sin paliativos. Ni Trump se atreve a hablar en esos términos.
¿Dónde queda la democracia parlamentaria de la que Sánchez es presidente del Gobierno? Realmente no es extraño que tenga en tan baja apreciación la Cámara de la que salió investido presidente gracias a una extraña coalición de perdedores que golpeó el veredicto que las urnas habían dictado un par de años antes. El respeto que pueda tener por sujetos como Rufián, Tardá, Beitialarrangoitia, Esteban y hasta por el mismo Iglesias que le lleva la cartera es inversamente proporcional a los favores que le dispensaron encumbrándolo a la presidencia.
Y como él es el Presidente del Gobierno no se le ocurre objetivo nacional de mayor alcance que reformar la Constitución para suprimir los aforamientos. Fue la gran novedad que anunciaron sus bocas de ganso antes de la celebración del auto homenaje que se brindó en la Casa de América por llevar cien días siendo Presidente del Gobierno. Si los sediciosos catalanes no estuvieran aforados se liberarían del juicio del Tribunal Supremo ¿habría sido ese el fin buscado con, en este momento, tan peregrina idea?
Los aforamientos, después del levantamiento de la momia de Franco son las dos grandes ambiciones de este socialista salido de la nada y que a la nada está conduciendo un gobierno que no gana para escandalillos. Ya sólo falta que el ministro Duque, frente a lo que reza su curriculo, no hubiera paseado por el espacio.