Efectivamente, no todos somos iguales. Transcribir textos ajenos en un trabajo fin de curso que se presenta como propio no está al alcance de cualquiera, tal vez porque no seamos iguales todos.
Lo otro, las mentiras a cara doliente sobre cómo hizo esto o aquello, importa menos que la apropiación indebida, que eso es lo que significa copiar lo creado por otros.
El respeto por la propiedad intelectual no es precisamente rasgo definitorio de nuestra sociedad. Desde lejanos tiempos; al maestro Cervantes le salió un tal Fernández Avellaneda queriendo sacar tajada de la invención del caballero de la triste figura. Pero es que yendo más allá, el propio don Miguel narra en su novela que tomó la historia del manuscrito en árabe de un tal Cidi Amete. Nada nuevo bajo el sol, pues.
Que Montón asegurara que no tenía por qué dejar su sede ministerial entra dentro de los usos y costumbres de este circo que viene llamándose política, pero tiene bemoles que su mismísimo jefe dijera dos horas antes de dejarla caer por las escaleras del poder que tenía su confianza y seguiría siendo una excelente ministra.
Una cosa es que el hecho no resulte realmente demasiado chocante, vistas tantas idas y venidas durante esta aparente eternidad de cien días que Sánchez lleva en la Moncloa, pero hay otra que da que pensar, porque o carece de información o está falto de criterio. ¿En qué ocupa sus horas el jefe de gabinete?
Cada día que pasa va pareciéndose más a Trump. La gran diferencia radica en que al aventurero yanqui le votó una mayoría de conciudadanos, mayoría que al español le está resultando esquiva de manera consistente.
Un buen día acabará apareciendo el artículo de un fontanero monclovita confesando que al Presidente le ocultan papeles para que no meta la pata más allá de donde acostumbra cuando habla. Artículo anónimo, obviamente, como el recientemente publicado por el New York Times y que provocó en el rubio del tupé una reacción curiosa: no desmintió nada, sólo quiso saber quién era el traidor.
No, realmente no todos somos iguales. Confiemos en que la nueva ministra, ahora asturiana, tenga bien hechos sus deberes; todos, fiscales, académicos, laborales, etc. Tres trompicones por las escaleras de palacio sería ya demasiado, aunque en estos entierros los de Iglesias llevan muchas velas con su tele, la Sexta.