El socialismo ya no es lo que era. O estos que se denominan como tales son unos simples aventureros que se han hecho con el puente de mando del barco a la deriva que hace cuarenta y tantos años botó Felipe González. El sevillano tuvo que calafatear el casco, rehacer el velamen y cambiar de brújula y sextante. Encomendó el control de la marinería a su colega Guerra y se rodeó de gente experta en los nuevos vientos que habrían de gobernar. Y ahí estaban Boyer, Múgica, Solana, Maragall, Leguina, Solchaga, Lluch y algunos más cuyo parecido con la tropa actual es más que lejano, inexistente.
Pues envolviéndose en la bandera del “No todos somos iguales” una ministra de Sánchez, cuyo nombre poco importa pues el desplante torero podría haberlo hecho el gabinete en pleno, ha querido evitar las salpicaduras que viene provocando la guerra de los máster de la URJC, joven universidad madrileña que no gana para disgustos.
Esa negación de la igualdad entre todos, ricos y pobres, negros y blancos, mujeres y hombres, etc., ilustra divinamente hasta dónde está llegando el despelote de la izquierda constitucional, y cuánto está dispuesta a tragar la otra, la leninista, con tal de tener acceso a La Moncloa.
El caso de la titular de Sanidad, Consumo y Bienestar, que guarda un recuerdo impreciso sobre las clases a las que asistía en Móstoles o en Leganés, cuando realmente se daban en Vicálvaro, puede o no resolverse poniendo al líder de los populares frente al vacío; o no, precisamente por aquello de que no todos somos iguales.
Todo dependerá de que Sánchez la extirpe del gabinete y devuelva la averiada mercancía al Ximo Puig que se la quitó de encima, o de que la mantenga deslumbrado por el lema que flamea sobre este socialismo estrambótico: la desigualdad es nuestra salvación.
Así fue hoy, como ayer fueron las idas y venidas con las armas y buques sauditas, el gasto en Defensa, el impuesto a la banca, o la reforma laboral y mañana será cualquier otro dislate. Mientras, el golpismo catalán sigue en sus trece preparando la diada del siglo con el parlamento clausurado y un gobierno en el exilio. El contribuyente se quita del consumo que venía disfrutando y agacha la cabeza temiendo que le arreen con el palo de los impuestos. Y, como es de cajón, el empleo pierde fuelle por aquello del horror vacui, el miedo a la nada.
En esas estamos, menos mal que eso: no todos somos iguales, como dice la socialista que destiló la quintaesencia del orwelliano todos somos iguales, pero algunos somos más iguales que otros.