Sánchez está condenado a vivir en el filo de la navaja con que asaltó el poder. Su inestable figura recuerda a los violinistas de Chagall que inspiraron el título del musical basado en un cuento judío de Sholem Aleikhem. Tevie, el lechero de Anatevka, se duele: “en nuestro pueblo cada uno es un violinista en el tejado que intenta ejecutar una tonada sin romperse la cabeza”. Pues en esas está el fan de los Killers.
Dentro de su banda, los sediciosos han puesto pies en pared. Los abalorios no les sirven ya, ni federalismo ni repetir el Estatut; cuentos para quienes ya quemaron las naves. Independencia o nada, república o nada, y un solo dios verdadero, Puigdemont.
El forajido ya ha empezado a mostrarle cuán frágil es la existencia de quien apenas tiene un 28% de escaños en el Congreso. Echarse en brazos del comunismo populista, abrir la tumba del dictador e iniciativas de similar enjundia, puede servir para salvar un charco pero con ellos no podrá pasar el río de la legislatura; como el alacrán, llevan la picadura mortal en sus genes.
Desatender su flanco derecho, en el que algo le aportó la crisis de los populares, le garantiza un cuarto fracaso en las urnas, y si con tres su caso ya era digno de estudio, uno más le situaría en el Guinness World Records.
Precisamente por estribor amenaza un remezón de fuerza aún desconocida pero que en cualquier caso pondrá más caro el precio del escaño. Frente a ello sólo va a tener una salida: disolver la legislatura porque, como dijo su portavoz, “nadie va a resistir más allá de lo razonable”.
No sería este presidente el primero en caer en la tentación de cortar el agua a quien acaba de lanzarse a la piscina. Hubo un precedente clamoroso que, por cierto, acabó como el rosario de la aurora. Fue en los albores de la transición, año 1982.
Un año antes del término de la legislatura el presidente Calvo Sotelo disolvió las Cortes en el mes de agosto, tratando de evitar así la consolidación del CDS, proyecto fundado el mes anterior por Suárez y otros centristas. La maniobra cubrió brillantemente uno de sus objetivos, el nuevo centro obtuvo 2 solitarios escaños, pero la UCD que gobernó la transición jibarizó su grupo parlamentario: de 168 pasó a 11 escaños.
Ahora la hecatombe no llegaría a tanto, sobre todo porque ya parten los socialistas de una exigua porción parlamentaria, pero caer desde un tejado suele resultar traumático. Empeñarse en tocar allá arriba un violín sin arco, ni saber cómo hacerlo, puede resultar divertido al aventurero pero carísimo a quienes pagan el festejo.