En las elecciones primarias los militantes de un partido, de cualquier partido, no votan programas, votan personas; sensaciones, expectativas, imágenes y confianza. Se decantan por el talante de un candidato más que por su experiencia, títulos o edad.
En títulos y experiencia Sáenz de Santamaría y Cospedal arrasaban al resto de candidatos. Abogadas del Estado, miembros de los Gobiernos de Aznar y Rajoy, la primera con vicepresidencia incluida y Cospedal a cargo de Defensa, después de haber presidido la Comunidad castellano- manchega, y al frente del partido durante diez años.
Frente a ellas, Casado llevaba en su mochila la frescura de la juventud, tiene diez años menos que Soraya, y el atractivo electoral que le hizo conquistar en los últimos comicios la más alta votación nacional en su circunscripción, Ávila.
Ayer Soraya sumó 1.546 votos más que Casado, y éste superó en 4.887 a la Secretaria General del Partido. Soraya ganó pues, pero Pablo Casado conquistó una posición que, quizá, supere el próximo día 20 en el 19 Congreso.
De sus palabras está claro que piensa llegar hasta el final en esa segunda vuelta. No está por dar como definitivos los datos de la celebrada ayer. Quedan pues dos semanas de dura competencia para repescar apoyos entre los partidarios de las candidaturas derrotadas. La distancia es tan reducida entre la primera y el segundo clasificado que cualquier cosa puede ocurrir.
Por ello Soraya se decantó por la unidad entre los dos. Soraya en la presidencia y Casado a cargo de la secretaría del partido brindarían al PP la oportunidad de encarar su rearme con más garantías de las previsibles hace un mes. Entre ambos suman el 81% de la militancia que hoy se ha expresado. Pero nadie puede adivinar que este índice vaya a coincidir con la opinión de los electores nacionales.
No es pequeño el reto que el PP ha de afrontar de aquí a su próximo Congreso Extraordinario si quiere representar al centroderecha del país con mejores credenciales de las que ha exhibido en los últimos años. Los dislates del gobierno Frankenstein pueden facilitarle la tarea pero para afianzar el futuro de la España constitucional, además de juventud, hay que exhibir las banderas de los valores que aún perviven en la mayoría de la sociedad. Y hacerlo con coraje, sin complejos.