Estamos rodeados. Lo del anti honorable que ocupa la presidencia de la Generalitat con un lazo amarillo prendido como quien luce en la solapa la insignia de Caballero de la Legión de Honor es sobradamente conocido; no merece una línea más, y menos después de la pitada que se ha llevado en el estadio tarraconense. Lo que sí amerita un comentario es la estulticia que anida en el llamado Centro Social Autogestionado de Tabacalera. Verán.
La antigua fábrica de tabacos de Madrid situada en el barrio de Lavapiés es un inmenso edificio adscrito al Ministerio de Cultura, con más trazas monásticas que fabriles. Un tercio de las tres hectáreas que ocupa está hoy encomendado a un colectivo de grupos que forman el Centro Social Autogestionado de Tabacalera.
Quedó sin uso en el año 2000 tras la extinción del monopolio fiscal creado tras la guerra civil y que durante cuatro décadas elaboraba, importaba y distribuía el tabaco en España. Tabacalera pasó a denominarse Altadis y pocos años después se fusionó con la francesa Seita. Hoy todas sus acciones pertenecen a la británica Imperial Brands.
Pero volvamos a Lavapiés, donde en el espacio “autogestionado” los colectivos que se arrogan la representación del barrio desarrollan actividades de diversa naturaleza lúdica, lo cual no tendría nada reseñable si no fuera por los pies en pared que acaban de poner los mandamases del Centro Social…
Resulta que en el mes de febrero el Estado recibió el ofrecimiento de la Fundación creada por una mecenas cubana que vive a caballo entre La Habana, Miami y Madrid, Ella Fontanals. La Fundación Ella Fontanals-Cisneros se dedica a la promoción del arte hispanoamericano, contemporáneo fundamentalmente, y decidió traer a España gran parte de los fondos que hasta ahora tenía en Estados Unidos.
En febrero su presidenta firmó con el ministro de Cultura el consiguiente acuerdo de intenciones que significaría la instalación de un museo de arte contemporáneo en la vieja Tabacalera, conectado con el Reina Sofía.
Nada que perder y mucho por ganar, pero ¡ca! los colectivos se cierran ahora en banda: “El espacio público más grande del barrio de Lavapiés está en peligro de convertirse en una amenaza más del ciclo turistizador (sic)”.
Esta nueva suerte del viejo “vivan las caenas” se fundamenta en que el museo “contribuirá a la gentrificación (sic) del barrio”, en que “los recursos que han facilitado el fondo de obra provienen de la especulación inmobiliaria”, y lo definitivo: “parte de los artistas que promueve la fundación tienen un perfil neoliberal”.
¿Alguien da más? Realmente todo ello es mucho más divertido que las payasadas del catalán de turno. Pero también es triste, muy triste.
PS. Paradójicamente, lo de “gentrificación” quiere decir que mejoraría el nivel del barrio; “la seguridad aumenta y tienden a desaparecer los yonquis y las prostitutas” se leía en un diario nacional sobre la gentrificación del madrileño barrio de Chueca. El palabro proviene del inglés, gentry, y éste del latín, gens. En suma, familias, gente de bien, etc.