¿Por qué alguien que fue algo no puede resistir la tentación de caer en la impertinencia?
Aznar fue un brillante presidente del PP. No lo fue tanto su paso por el Gobierno, dos legislaturas llenas de luces y sombras. Razones tiene para hallarse satisfecho por diversas iniciativas políticas europeístas, atlantistas y liberalizadoras, por ejemplo, pero también otras muchas para sentirse abochornado.
En la herencia que dejó a sus sucesores están las dos cuestiones utilizadas por Sánchez y Rivera, entre otros, para derribar el reciente gobierno popular: la corrupción y el golpe nacionalista catalán.
La pléyade de sinvergüenzas que lo palmearon en derredor es desmesurada, desde un vicepresidente y algunos ministros de su propio Gobierno hasta conseguidores de baja estofa con entrada en la corte y trato preferente.
De la necesidad quiso hacer virtud y a cambio de su investidura entregó al gran padrino catalán la educación básica y cuanto le pidió. De cuanto sembró aquella convergencia nacionalista de golfos apandadores han salido las generaciones lanzadas a la sedición sofocada con el 155.
Una y otra son razones más que suficientes para mantenerse en un discreto tercer plano tras la pantalla de un laboratorio de ideas; pero no. Con lo sencillo que le hubiera resultado visitar a su sucesor designado para aconsejar, advertir, o debatir en privado sobre lo que creyera oportuno, se subió al púlpito de la prensa para descalificar la política del líder de su partido, partido que acabó abandonando a medida que arreciaba la revisión de su época.
Y ahora, libre de compromiso como ha dicho, se ofrece a resucitar el centro derecha español cuando el país está sufriendo además de la catalana, también dijo ayer, una crisis de partidos y otra de liderazgos.
Una respuesta solvente a cómo se resuelve una crisis de liderazgos podría tener asegurado el Nobel de la Paz con más merecimientos de los que Obama tenía a los ocho meses de llegar a la Casa Blanca, o los de la ínclita Menchú quien, por cierto, acumula un Príncipe de Asturias.
Rajoy, que no suele dar puntadas sin hilo, le dijo en su renuncia a la presidencia del partido que, como simple militante, él siempre estará a la orden de quien el partido elija. “Y a la orden es a la orden, con lealtad”.
¿Qué necesidad tendrá su predecesor de exponerse a que le pongan en su sitio? Suele ocurrir cuando uno se mete donde no le llaman.