El cáncer nacionalista acabará con la Unión Europea como el nacionalsocialismo de Hitler acabó rompiendo Europa. El problema no es sólo nuestro; Bélgica sin ir más lejos, es desde hace tiempo un país dividido en dos. La realidad es que nunca fue una nación.
Ayer, desde la sede de los órganos centrales de la UE, un tribunal belga se ciscó en uno de los instrumentos propios de la Unión: la Euroorden. Los países unidos por un parlamento común, un banco central y el consejo que armoniza la gobernanza de sus miembros crearon hace dieciséis años ese instrumento para facilitar la labor de la Justicia en un escenario ya sin fronteras. ¿Habrá que reponerlas?
La Euroorden establece un procedimiento casi automático entre las autoridades judiciales de los países, eliminando la intervención de los gobiernos que se da en la Extradición, el sistema vigente para terceros. Las autoridades judiciales de un país cursan una resolución solicitando la detención y entrega de un presunto delincuente, y las del receptor la ejecutan sin entrar en el fondo de la cuestión.
Se basa en la confianza mutua entre sociedades y sistemas democráticos, entre los Estados de la Unión Europea.
Pues ya van dos. Un tribunal alemán y otro belga ahora se han cogido con papel de fumar las peticiones del Tribunal Supremo español, con el regocijo consiguiente de los sediciosos que campan por aquellos lares. Es una prueba más de ese principio de la ley de Murphy, “si algo malo puede pasar, pasará”.
Parece como si no se hubiesen sacudido el miedo al III Duque de Alba, gobernador imperial de aquellas tierras a mediados del siglo XVI. Una placa en la Gran Plaza, la que destruyó Luis XIV, mantiene viva la sombra de Ferdinandus Toletanus Dux Albanus. En ella se rememora el ajusticiamiento de los condes de Egmont y Hornes tras ser juzgados por el Tribunal de los Tumultos que el Gran Duque estableció para ajusticiar rebeldes.
¿Pensarán los togados de aquellos antiguos territorios de la Corona española que algo así es nuestro Tribunal Supremo?