El país está sometido bajo la tiranía de imágenes que no merecen la menor atención. ¿Qué habremos hecho los españoles para soportar durante tantas horas a la relamida pareja enviada al rancio concurso de Eurovisión?
Como pastueños toros de lidia los ciudadanos acuden al engaño que cualquiera llegue a poner ante sus narices. La sumisión a los medios, lo noticioso, el chisme, la imagen, está agostando toda capacidad crítica en una sociedad que está viviendo en el filo de la navaja.
Los llamados políticos, esos personajes que de vez en cuando encuentra un hueco en los relatos de la actualidad, constituyen la prueba más clara de esta pérdida de sentido. Las cámaras y los plumíferos les tienen absorbidos palabras y pensamientos; sus mensajes han quedado rebajados a la dimensión del tuit, del titular de una noticia. Para qué explicarse, se dicen, si los encuestados no leen más, y los votantes acaban cayendo en las redes del eslogan.
Así es como la libertad acaba feneciendo, el pensamiento, como la justicia, rindiéndose al revuelo de las emociones, y la seguridad socavada por una bárbara incultura.
Las encuestas son uno de los espejuelos de mayor atractivo para esta subclase de políticos en presencia. El que se ve en lo alto de la ola no pierde un minuto en dar algún sentido a su papel en la escena; lo único que da son mandobles al que tiene por delante, siguiendo la sofisticada expresión “leña al mono hasta que hable inglés”.
Este afán por aprovechar todo cuanto se le ponga a tiro es de dudoso éxito, pero que contribuye a aumentar la cerrazón del panorama es seguro. A poco que la sociedad despierte le reprochará que no hiciera un poco de luz entre tanta confusión, habiéndolo tenido en su mano.
Macron no ganó así la competición francesa, ni Suárez la transición española. El adalid de una nueva política tiene que llevar por delante un modelo de sociedad, una visión de la nación y el propósito decidido de llevarlos a cabo. Así lo hicieron sus modelos confesados.
El francés propuso a sus conciudadanos liberar las energías de su país, presas de un burocratismo centralista propio de otros tiempos. Y el español invitó a los suyos a abrir un camino seguro para llegar a la democracia, a la igualdad de derechos, a un país de todos.
Uno y otro ganaron su oportunidad abriendo perspectivas nuevas y proponiendo reformas que en España permitieron llevar a buen término lo prometido, y en Francia acabarán por imponerse.
¿Alguien puede hoy dar de sí mismo algo más que una pobre colección de chascarrillos? Seguiremos esperando a Godot…