La sorpresa mayor no fue la autodefensa de Cifuentes ni siquiera la azotaina que el representante de Rivera propinó a la presidenta de la Comunidad madrileña; tampoco la moción anunciada por los de Sánchez; no. Lo inesperado fue la entrada de don Fiódor Dostoyevski en la sala.
Entró del brazo de la portavoz de Podemos que echó sobre la mesa la última novela del ruso. Qué pueda tener que ver la historia de Fiódor Karamázov y sus tres hijos y medio con el máster de Cifuentes podría ser objeto de otro máster con su correspondiente tesina final.
El parlamento de doña Lorena Ruíz Huerta, que ese es el nombre de la representante en aquella cámara de Iglesias y Montero, no se distanció un ápice de lo que, hasta la pasada semana, se venía esperando de los podemitas. El comunicado emitido por la casa civil de los líderes sobre el feliz futuro en que ya están embarcados pudo hacer pensar que a partir de ahora ya todo no sería tan negro, pero no. La vida sigue igual.
Traer a colación el drama de un parricidio podría tener un anclaje más o menos lógico: el llamado fuego amigo que muchos ven en la situación sobrevenida sobre Cifuentes. Pero la gran obra que Dostoyevski publicó como folletón en un semanario ruso poco tiene que ver con la imagen barata de los daños colaterales.
Lo de los Karamázov tiene de todo menos banalidad porque sobre el triángulo amoroso que podría aducirse como móvil del parricidio hay demasiada carga filosófica y literaria sobre la conciencia y la moral, la libertad, Dios, y todo el mundo que parecía derrumbarse en la Rusia de finales del XIX.
¿Iban por ahí los pensamientos de la podemita al hablar de los Karamázov o más bien los trajo a colación como pudo haber mentado a los Cuarenta de Alí Babá o a los siete niños de Écija?
Lo demás transcurrió como esperado. Tal vez llegue el día en que los debates sean eso, discusiones sobre un tema en las que cada cual explica su opinión y responde a la de los demás. Pero no, de la controversia hemos pasado a los soliloquios.
Los españoles sufrimos la lectura de textos escritos previamente sin atender a las razones expuestas por el otro. Persona tan seria y apreciable como el profesor Gabilondo mostró ayer lo absurdo del soliloquio en un parlamento cuando leía solemnemente su respuesta escrita a la intervención de su oponente. Lástima lo del portavoz socialista.