El golpe está descabezado pero a la banda golpista le ha salido un retoño. Ocupa desde enero la presidencia de la cámara catalana tras dejar la alcaldía de un pueblo gerundense de 5.000 habitantes. El capullo lleva diecinueve años, la mitad de su vida, viviendo de la administración pública. Se llama Roger Torrent, y hoy porta la antorcha del golpe subido no a un furgón policía, como aquellos Jordis, sino al sitial del Parlament.
El día de su investidura trató de dar el pego diciendo que había que coser Cataluña, para lo que él sería el presidente de todos los diputados. Sólo tres meses después, excita los ánimos de la minoría violenta que sacude las ramas del nacionalismo catalán. Es el último golpista y sigue en la calle. ¿Le amparará su fuero los ataques a la democracia?
El golpismo catalán lo tiene perdido todo menos una cosa: el relato. Oír a Torrent hablar de democracia, de legitimidad, de represión de España, y hasta de que el Estado español pone en peligro la unidad europea, sería indignante si no fuera surrealista. Como lo es referirse a Puigdemont como el presidente de todos los catalanes. Peregrino discurso, pero mantiene humeantes los rescoldos del golpismo.
En esta crisis los medios han cobrado un protagonismo indeseable. Claro está que la normalidad nunca es noticia, pero haber asumido el catecismo y lenguaje de los sediciosos sin someterlos a revisión crítica, sin ponerlos en su contexto real, es aberrante.
Porque la realidad es que el Reino de España es un Estado democrático de derecho con los más elevados niveles garantistas. La realidad es que ese Estado está representado en Cataluña por la Generalitat, institución con mayores capacidades de autogobierno que sus análogas en otros estados federales.
La realidad es que la traición a los principios asumidos con juramentos o solemnes promesas públicas comenzó a tomar cuerpo al investigarse la corrupción endémica que ha acabado con los partidos tradicionales y otras instituciones.
La realidad sigue siendo que, por ello, embarcados en ese proceso de escamoteo, los gobiernos de la Generalitat tuvieron que ser auxiliados por el Estado central para el cumplimiento de muchas de sus funciones. La realidad es que gracias al 155 se han satisfecho cuestiones de ordinaria administración, como el pago a proveedores.
La realidad es que el secesionismo es el espejuelo con que los responsables de este estado de cosas tratan de distraer los descontentos de la sociedad. Y para ello no han reparado en echar mano del nazismo.
Contra esa realidad sigue pateando el señor Torrent, ignorante de aquella moraleja del fabulista Samaniego, “Quien pretenda sin razón, / al más fuerte derribar,/ no consigue sino dar/ coces contra el aguijón”.
Coces al aguijón, buen título para unas memorias; lástima que se adelantara el Nobel Solzhenitsyn.