El Rey está dando lecciones que deberían añadirse a la Constitución. Los norteamericanos resolvieron muchos problemas y afirmaron la obra de sus padres fundadores, la democracia, añadiendo como enmiendas lo que, vista la realidad, el sentido común requería.
Lástima que aquí no tengamos previsto un sistema similar. Hoy estaríamos discutiendo sobre eso, la realidad; cómo asegurarnos un futuro mejor, y no sobre las esencias del pasado que nos ha traído hasta aquí.
Realmente es tan cargante lo que expele el nacionalismo catalán, tan ridículas sus pretensiones, tan grave el trastorno que produce en la convivencia de nuestra sociedad, que se quedan cortas las cautelas previstas por nuestra Constitución en su renombrado artículo 155.
Una nación no puede estar pendiente de las idas y venidas de una tropa de felones que han convertido la política en espectáculo circense. Ni tampoco del otro espectáculo, el que vienen protagonizando los (i)responables de los partidos nacionales, desde el primero hasta el último.
Sería bueno saber hasta cuándo Sánchez y Rivera pretenden seguir pescando en el río revuelto de las tensiones secesionistas. ¿No se darán cuenta de que están haciendo la ola a los sediciosos y lastrando la marcha del país? No a los presupuestos para ver si nos cargamos la legislatura, y mientras eso llega, leña a los pensionistas, gran filón de votos populares.
Como también sería interesante ver al presidente del Gobierno citar a sus oponentes para intentar clarificar el lío que empobrece al país. Y ante una situación de crisis institucional, ¿por qué no recabar consejo y apoyo de los expresidentes González, Aznar y Zapatero?
De momento aquí sólo se mueven las manecillas del reloj. La táctica tan del gusto de Rajoy del esperar y ver ciertamente ha propiciado algún resultado positivo, pero el vacío que crea en el tiempo es aprovechado por los movimientos antisistema para trepar por las paredes de la fortaleza. A eso dedican su tiempo y mejores esfuerzos podemitas, sediciosos, anarcos y demás sin encontrar demasiados obstáculos en su empeño.
Situaciones excepcionales requieren respuestas extraordinarias; en eso está Felipe VI, solo. Pero, cuidado, lo extraordinario deja de serlo cuando se convierte en habitual.
La defensa de la fortaleza requiere la unión de paladines de la Ley comprometidos con la sociedad, no petimetres ni aventureros hechizados por la cucaña del poder.