El número de horas aquí perdidas tratando de racionalizar lo absurdo tiende a infinito. En tan inútil propósito está empeñada esa especie de superestructura de nuestra sociedad que forman políticos, comunicadores y demás especímenes de paseantes en cortes.
Resulta insólito que, sí o sí, la tabarra catalanista monopolice cualquier informativo, radiado, televisado o en papel. Y no porque otros asuntos merecedores de atención sean así preteridos sino, simplemente, porque sobre el absurdo hay poco que hablar; o nada.
Una panda de zascandiles ha conseguido erigirse en polo de atracción de análisis y juicios pretendidamente trascendentes. Cualquier movimiento de mequetrefes como el loquito bruselense que se cree Puigdemont se convierte en eso que llaman trending topic, la clave de lo que está pasando. Y como si fuera real, comienzan a elaborarse sobre la cuestión todo tipo de hipótesis y consecuencias. Como si lo absurdo pudiera ser racional.
Absurdo es lo que no tiene sentido, sin más; como las zarandajas que vomitan a diario los mantenidos en Bruselas. Lo del forajido pretendiendo presidir Cataluña desde allí es de aurora boreal, y sin embargo ocupa más tiempo y espacio en los medios que la suma de todos los problemas que los ciudadanos confiesan sentirse concernidos.
No tiene ningún sentido pretender racionalizar algo tan extravagante e irracional. La realidad está cuajada de contradicciones, pero lo del proscrito aspirando a nada que no sea verse ante los Tribunales es demasiado.
Demasiado es, efectivamente, porque la sociedad española tiene más cosas en qué ocupar su tiempo y talentos, como repensar su papel en la Historia y restaurar su confianza en un futuro abierto basado en la concordia. Mal está que el 155 no haya llamado a las puertas de la televisión catalana y demás medios al servicio de la sedición, pero que el resto de los medios esté sirviendo idéntico propósito también es demasiado.
El poder de la información se está pervirtiendo. Tal vez esté siendo acosada por nuevos agentes que desde el anonimato y la irresponsabilidad marcan en la red pautas ajenas al periodismo que en la España de los años setenta puso alas al establecimiento de la democracia. Las mismas que una década antes The Washington Post liberó de un tramposo a la presidencia norteamericana, y que dos siglos atrás hizo escribir a Jefferson aquello de que si tuviera que elegir entre un gobierno sin periódicos o periódicos sin un gobierno no dudaría un instante en preferir esto último.
Fueron tres hitos en la historia de la democracia y el triunfo de las libertades; nadie perdió el tiempo tratando de racionalizar lo absurdo.