Si los podemitas levantaran hoy la bandera española como los comunistas hicieron en 1977, si Iglesias representara el papel que Carrillo entonces jugó, Podemos acabaría de hundir al PSOE sanchista. En ningún sitio está escrito que los grandes partidos no acaben pasando a la Historia. Y el de Sánchez parece empeñado en demostrarlo siguiendo la senda marcada por sus homólogos griegos, italianos, franceses, etc. Su actuación frente a la candidatura española para la vicepresidencia del Banco Central Europeo es insólita; y visto el resultado final, ridícula.
La política en España está viviendo demasiadas anomalías. Sin necesidad de mentar al loquito de Waterloo y sus comparsas, a la antisistema Gabriel con abogado en Suiza, ni al último desmarque de los mesurados nacionalistas vascos, el hecho es que populares, socialistas y ciudadanos están poniendo demasiado empeño en sorprender al común.
Fijémonos en el partido histórico del socialismo español. En un reciente Comité se reinventa para adoptar el cesarismo. El líder es uno; no hay barones ni intermediarios que valgan entre él y el pueblo. Extraña forma de cumplir el mandato constitucional – “su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos”, art. 6 – anulando las funciones de los órganos representativos.
Y así pasa lo que les está pasando. La vendetta como procedimiento de gobierno. A su militante Valenciano, vicepresidenta del grupo socialista en el parlamento europeo se le niega el apoyo para acceder a la presidencia, cosa al parecer factible. Pero Elena Valenciano, vicesecretaria del partido en el equipo de Rubalcaba, cometió el pecado de mostrar sus simpatías por Susana Díaz cuando aquello… Conclusión, acabará presidiendo el grupo socialista un alemán, y hombre. Como De Guindos.
La portavoz del partido eludió la falta de respaldo y echando mano de un texto de la ex presidenta chilena Bachelet, sentenció que “en materia de igualdad lo importante no es que una llegue muy alto, lo importante es que avancemos todas y cuánto más mejor”.
Algo no bueno pasa cuando un partido nacional, con la historia del socialista, habla por boca de Carmen Calvo; sí aquella ministra de Cultura que aseguró haber sido “cocinera antes que fraila”, y que en un encuentro mundial de ministros de Cultura proclamó “deseo que la Unesco legisle para todos los planetas”, que confundió en otra ocasión a Victor Hugo con Leonardo Da Vinci.
Y así, ante la irrupción en la actualidad de la letra al himno nacional compuesta por Marta Sánchez, la voz del PSOE dijo: “Nuestro himno no tiene letra. Ya está. No es ni bueno, ni malo, ni nada.” Profundo análisis, realmente.
Si el PSOE que Felipe González refundó en los años 70 ha abusado del tacticismo, hoy lo eleva a categoría estratégica. Acude a la llamada de la responsabilidad institucional tartamudeando y aprovecha el menor resquicio para despegar su adhesión. Está pasando con el cumplimiento del 155 en Cataluña: no quieren oír hablar de las lenguas en las escuelas porque eso corresponde a los catalanes, dice Ábalos, el vicario del líder.
Pero nada es nuevo bajo el sol. Hace cuarenta años, en el debate constitucional, acabaron votando la monarquía constitucional como forma del Estado, pero mandaron a Gómez Llorente defender una enmienda kamikaze en favor de la República. Entre paréntesis, se quedaron solos en aquella primera votación frente al resto de los partidos, comunistas incluidos.