¿Cómo contemplará la Historia la última tentativa independentista? No hubo un resquicio para la épica. El espejismo sólo fue eso, una patraña y los entusiasmos a pie de calle se agostaron tan pronto como la flor del heno.
Si Companys apenas es hoy una pequeña crónica de la traición del nacionalismo catalán a la II República, lo de Puigdemont pasará como una pesadilla; como la que sufrieron los norteamericanos en otra noche de finales de un mes de octubre.
Fue en 1938 y Orson Welles su causante con un programa radiofónico retransmitido a lo largo y ancho del país para recabar la audiencia que no alcanzaba su Mercury Theater en la CBS. La invasión de marcianos que las fuerzas armadas no podían detener era puro teatro. Adaptó una vieja novela de ciencia ficción, War of the Worlds, de H. G. Wells, el Julio Verne británico. Con un montaje espectacular, lleno de trucos, falsas conexiones, y todos los efectos especiales necesarios amedrentó a más de un millón de norteamericanos.
El montaje de la Republiqueta no ha sido menos espectacular; siglos de Historia reescritos para terminar demostrando que “España nos roba”, coloristas manifestaciones, urnas de cartón, embajadillas por el exterior.
Largo ha sido el proceso, tres, por no hablar de treinta años, tan largo que ha terminado por pudrirse en sí mismo ante la estólida mirada del ex presidente. Toda su corte, incluido el patrón Mas, comentaba sin tapar sus bocas que aquello era una aventura.
No por los impedimentos que el Estado pondría tarde o temprano sino por sus propias carencias. El movimiento no tenía la suficiente masa crítica; no se improvisa la maquinaria de un Estado, por pequeño que éste sea; para alzar una nueva bandera se requieren todos los brazos del país, la mitad no basta; y desde fuera no cabía esperar apoyo alguno.
Pero ajeno a la realidad, Puigdemont se balanceaba sobre la tela de araña trenzada con el despilfarro de los presupuestos de la Generalitat, impulsado desde atrás por la CUP, con el Ómnium y la ACN por delante y el flanco protegido por los republicanos de Junqueras. Tantas pulsiones tenían necesariamente que romper el muñeco.
Y vinieron las contradicciones, los anuncios y renuncios, las prórrogas… y así de triunfo en triunfo hasta la derrota final: la intervención del Estado cortó el suflé.
El tiempo dirá lo que cueste restaurar la porcelana tras el estropicio; no será poco ni tampoco fácil. Combinar el ajuste fino con la energía necesaria para abrir el futuro a la normalidad requiere manos y temple de cirujano. La primera intervención, la inmediata convocatoria de elecciones, va en esa línea.
Sin escuchar la voz de las urnas, digan lo que digan el jueves 21 de diciembre, el embrollo no comenzará a desenredarse. Lo demás, como dejar abierta durante meses la herida de la intervención, sería irresponsable y tal vez fatal; y actuar por intereses meramente partidistas, impropio de una operación de Estado.