El ridículo se hizo sublime en la Generalitat durante el día de ayer. Kafka se asomaba a la actualidad desde la acumulación de anuncios y renuncios que superaban el caos de normas paradójicas e inescrutables del proceso independentista capitaneado por Puigdemont.
Dentro de los movimientos habidos en los últimos días ante la inminente intervención del Estado para restaurar la legalidad en la autonomía catalana, ayer uno pudo haber cambiado las tornas.
En una suerte de intermediación entre el presidente del Gobierno y el de la Generalitat, el del País Vasco se reunió con un pequeño grupo de representantes de la sociedad civil catalana, como los abogados Cuatrecases y López Burniol, o los empresarios Puig y Coello, para hacerle llegar al empecinado de la plaza de Sant Jaume una propuesta bien concreta: renunciar a la DUI y convocar elecciones a cambio de suspender la aplicación del 155.
El recado recibido de Urkullu hizo mella en Puigdemont y a primera hora de la mañana muchos respiraron aliviados con el anuncio de los comicios, prefijados ya para el 20 de diciembre. Los partidos constitucionalistas vieron un horizonte más despejado del que presagiaba el albur del 155; la prima de riesgo de acomodó y la bolsa dio un respingo de padre y señor mío.
La buena nueva debería anunciarla Puigdemont a la una y media de la tarde. La cita se retrasó hasta las dos y media. Y volvió a retrasarse hasta producirse poco antes de las cinco finalmente. Entre medias, insultos, presiones internas en un bloque separatista roto, dimisiones y gritos en la calle a cargo de unos pocos centenares de estudiantes.
Con tantas idas y venidas el panorama se tornó sombrío y del cielo una voz anunció la vuelta atrás: no habrá elecciones. La prima de riesgo subió un poquito, la bolsa bajó y la sorpresa se hizo presente cuando al cabo de unas pocas horas el líder del proceso anunció que retiraba lo dicho porque su oferta de llamar a las urnas no había recibido las garantías suficientes.
A qué garantías podía referirse es una pregunta sin respuesta. Pero alguna información debería de tener el popular Albiol cuando sugirió si se trataba de la retirada de los agentes de Policía y Guardia Civil desplazados en Catalunya, olvidarse de Mas y de excarcelar a los Jordis, además de suspender el 155.
La jornada dio la imagen más nítida de lo que podría dar de sí la republiqueta que la tropa separatista trata de poner en pie. Desorganización, idas y venidas, zafias mentiras y miedo, mucho miedo, en lugar del valor necesario para afrontar retos del porte del alumbramiento de una nación.
Si Zygmunt Bauman siguiera entre nosotros pondría a la Generalitat y su entorno como paradigma de la modernidad líquida, teorías que hace diecisiete años le valieron el Premio Príncipe de Asturias. Para Bauman la sociedad líquida representa el final de la era del compromiso; el cambio se impone a la permanencia. Fluidamente las personas cambian de valores, opiniones, trabajos y familia hasta hacer de la incertidumbre la clave del futuro.
El miedo a pasar una temporada a la sombra y el dolor por tener que sacudirse los bolsillos es siempre comprensible, pero injustificable cuando pone en riesgo cierto la convivencia en libertad de siete millones y medio de personas.
Y dicho todo esto nada impide que mañana pueda pasar cualquier otra cosa. ¿Tantas idas y venidas, tantas vueltas y revueltas… son de alguna utilidad?