Constituye un enigma hasta cuándo, y dónde, llegará la firmeza mostrada por Pedro Sánchez en su apoyo al 155. El secretario socialista ha hecho lo que cumple al segundo gran partido nacional.
Con su decisión ganó puntos ante buena parte del país, su propio partido incluido, como estadista capaz de superponer los intereses nacionales sobre la inquina personal que profesa a Rajoy. Pero también ha abierto una brecha en la franquicia catalana de su partido, desde la década de los setenta aquejada de una bipolaridad fluctuante entre el nacionalismo y el socialismo.
La pulsión nacionalista podría parecer extraña en el seno de un partido de raíces internacionalista y obrerista, en las que la solidaridad cobra especial relieve. De hecho, en la formación del PSC se coaligaron corrientes diversas, desde la obrerista Federación PSOE encabezada por Triginer y nutrida por la inmigración, sobre todo andaluza, hasta la Convergència social liberal burguesa de los Raventós, Maragall y Serra, pasando por la socialdemócracia del Reagrupament, Pallach y Verde, con mayor incidencia agraria.
Desde un primer momento el peso político recayó sobre el sector catalanista. De hecho, durante veinte años los tres primeros secretarios generales fueron del sector nacionalista, y el actual, Iceta, hace equilibrios entre una y otra corriente: “Que Cataluña sea una nación no debe verse como un riesgo para la fraternidad de los españoles.”
Sin embargo los votos los aportan mayoritariamente los españolistas; dos de cada tres en las últimas elecciones, en las que su rotundo fracaso abrió la necesidad de una redefinición programática. Pero todo parece indicar que su dirigencia será más proclive a acentuar el perfil catalanista, flanco en el que sufrió la salida en masa de votantes hacia formaciones más radicales, consciente de que su electorado socialista, de probada fidelidad, no tiene adónde ir.
La reacción de dirigentes municipales y de algunos parlamentarios ante la aplicación del 155 hace pensar que el socialismo catalán, si no quiere vivir una escisión, seguirá desatendiendo las aspiraciones de la mayoría de su electorado, de raíces españolistas; un serio contratiempo para las aspiraciones del secretario general del PSOE, necesitado del mayor número posible de escaños en las próximas elecciones generales.
Y esa desafección podría extenderse por el resto de la Nación, incluido el País Vasco. Los votantes socialistas no entenderían la complicidad del PSC con los independentistas. La ola de patriotismo -que así se llama la reacción popular habida- provocada por los desvaríos de los sediciosos no corre a favor de las medias tintas.
El problema de la fatiga de materiales que parece advertirse en el ala catalana del socialismo español trasciende del propio partido para llegar a tener alcance nacional si las averías no se suturan convenientemente. Sánchez se enfrenta a un desafío del que puede salir abrasado o acreditado como hombre de Estado.
Más allá de la felonía de los antisistema y de las insensateces en que los sediciosos puedan incurrir durante esta semana, la consistente mayoría trenzada entre los partidos nacionales es fundamental para llevar a buen fin el trance emprendido: la restauración de las libertades en Cataluña.