Los demócratas catalanes, como los del resto de España entera, vieron ayer reforzadas sus razones frente a los desvaríos de los secesionistas catalanes. Los tres líderes de las instituciones políticas de la UE despejaron cuantas dudas pudiera seguir albergando algún ciudadano de aquella región sobre el buen fin de la insensata aventura emprendida por su Govern. No hay otra salida distinta al Estado de Derecho. Ni pacto de legitimidades, ni intermediaciones, ni reconocimientos a una Cataluña escindida del tronco común.
Sus palabras restallaron con toda la fuerza del peso de una secular Historia de guerras y paces, horrores como Auschwitz, pero también alegrías como la oda que Beethoven tomó prestada de Schiller para culminar su última sinfonía.
“Hay algunos en Europa, populistas y nacionalistas, que gastan esfuerzos y recursos en separarnos. Mejor harían en trabajar por la concordia” dijo el presidente del Parlamento Europeo.
No paró en mientes cuando afirmó, textualmente, “Cataluña no es un país. Es una región. No tiene nivel estatal. Nadie va a reconocer su independencia dentro de la Unión. Hacerlo sería un error y causaría daño a los catalanes, a los españoles y a Europa”.
Las palabras de Tajani no dejaban resquicio alguno a la confusión. La ceremonia de entrega de los Premios Princesa de Asturias demostró que en determinadas circunstancias la distinción entre la España real y la oficial puede ser falaz. Porque en el teatro Campoamor ovetense estaba no sólo España sino también la Europa oficial, ambas ocupadas en poner el foco en la realidad; en ese “inaceptable intento de secesión en una parte de su territorio nacional”, como el Rey se refirió al golpe sedicioso sufrido por las instituciones catalanas y el conjunto del sistema español.
Dentro de los premios con que anualmente la Fundación Princesa de Asturias distingue a personas e instituciones de todo el mundo, la Unión Europea recogía el de la Concordia. “La concordia consiste en tender siempre la mano al entendimiento… En darse cuenta de que defender nuestra unidad dentro de la diversidad, nos hace más fuertes.” vino a concluir el presidente del Parlamento.
Juncker, presidente del Consejo Europeo, contento por haber visto tantas banderas de España en los edificios de Oviedo, recordó que la fuerza de la UE, su “poder suave» se fundamenta “en la regla del Derecho”, sobre la que se puede construir “un espacio que nos permite vivir juntos y respirar juntos en una convivencia armoniosa y respetando todas las diferencias”.
Y el presidente del Consejo, Tusk, recordó unos pocos principios: “que la violencia no soluciona nada, que el diálogo siempre es mejor que el conflicto, que la ley debe ser respetada por todos los actores de la vida pública y que la armonía es mejor que el caos«.
El imperio de la ley, la división de poderes, el Estado de Derecho, en suma, fue el legado dejado en España por los tres presidentes de la Unión. El del Parlamento afirmó tajante: “A nadie se le ocurre en la UE saltarse las normas aprobadas entre todos… La Unión Europea no tiene una policía que tenga que ejecutar las decisiones judiciales. No es necesario. Cuando el Tribunal de Justicia dicta una sentencia, se aplica y punto.”
Europa no está para coñas, queda claro. Ha entrado en la escena nacional pisando fuerte, ¡Viva España! y ¡Viva el Rey!, ajena al aburrido imperio de la corrección política.