“Todo menos hacer el ridículo”. Éste podría haber sido el lema del hombre repuesto al frente de una Generalitat provisionalmente restaurada tres meses después de las elecciones de 1977. Fue el 23 de octubre de 1977. El siguiente día formó un gobierno unitario con los líderes de los partidos presentes en Cataluña. Cuarenta años más tarde, sus sucesores han arruinado los sueños de aquel gran español a fuer de catalán. Lo vio venir, como dejó escrito en la larga carta que escribió a un buen amigo, pocas semanas después del otro golpe, el de febrero del 81, dolido tras la experiencia del primer gobierno nacionalista de Pujol.
“Sé muy bien que ahora no se proclamará el Estado Catalán ni la República Federal Española, ni los partidos lanzarán sus militantes a la calle, ni los responsables de todo cuanto sucede morirán por Cataluña; nada de eso. Lo que se hará y ya ha empezado estas últimas semanas, es querer hacer olvidar las actitudes irresponsables de los mismos que han hecho fracasar nuestra autonomía, consiguiendo la desunión de Cataluña y el enfrentamiento con España.”
Lo que entonces escribió llega hasta hoy con el sello de la actualidad. Aquel hombre, presidente de la Generalitat en el exilio durante más de veinte años, tenía escaso aprecio a los movimientos nacionalistas que se desplegaban por Cataluña, y ninguno por Jordi Pujol.
Después del almuerzo familiar en su casa de Saint-Martin-le-Beau, rodeada de viñas en la Loire francesa, me decía en el verano del 76 que «pocas veces los catalanes hemos sabido hacer política; de eso saben ustedes los castellanos». Y juntos corregimos una comunicación que, muy a regañadientes, mandó a la Assemblea. “No saben nada; enredan y discuten entre ellos. Parece que no se han enterado de que el poder sólo vale para ejercerlo”.
En cualquier caso, el 8 mayo de 1980 Pujol ocupó la sede acondicionada por el olímpico Samaranch para desempeñar la presidencia de la Generalitat que recibió de manos de Tarradellas. A las veinticuatro horas, el antiguo líder de Esquerra Republicana tuvo el presentimiento de que iba a iniciarse una etapa “que nos conduciría a la ruptura de los vínculos de comprensión, buen entendimiento y acuerdos constantes que durante mi mandato habían existido entre Cataluña y el Gobierno. Todo nos llevaría a una situación que nos haría recordar otros tiempos muy tristes y desgraciados para nuestro país.”
La última causa de tal augurio la narra así en su carta: “Ya sabe que por encargo del presidente Suárez, fui delegado del Gobierno para dar posesión de la presidencia de la Generalitat de Cataluña al señor Jordi Pujol. Días antes, le indiqué que me parecía normal que en este acto acabara mi parlamento con las palabras tradicionales de siempre, es decir, gritando vivas a Cataluña y a España. Esta propuesta me parecía lógica, paro con gran sorpresa por mi parte no fue aceptada.”
Durante 23 años Pujol mintió a todo el mundo mientras, para más inri, amasaba su fortuna familiar. Pero no pudo con Taradellas, quien calificaba de indigno al pequeño fundador de Convergencia buscando cómo incrustarse en la comisión que trataba con Adolfo Suárez de la apertura del sistema en la antepuerta de la Transición.
Sus herederos políticos han coronado la obra del pujolismo hasta llegar a Mas, una de sus diversas manos diestras, y al testaferro Puigdemont.
“Es desolador que hoy la megalomanía y la ambición personal de algunos, nos hayan conducido al estado lamentable en que nos encontramos y que nuestro pueblo haya perdido, de momento, la ilusión y la confianza en su futuro. ¿Cómo es posible que Cataluña haya caído nuevamente para hundirse poco a poco en una situación dolorosa, como la que está empezando a producirse?”, se dolía Tarradellas ya entonces, cuando apenas había comenzado el drama.
Y se explicaba con la sabiduría del político avezado que la realidad ha venido a confirmar décadas más tarde:
“Es evidente que se trata de ocultar el fracaso de toda una acción de gobierno y de la falta de autoridad moral de sus responsables… Para salir de esta situación y para ocultar lo que desgraciadamente ha conducido a la falta de confianza hacia nuestras instituciones, vemos que sus responsables están utilizando un truco muy conocido y muy desacreditado, es decir, el de convertirse en el perseguido, en la víctima; así hemos podido leer en ciertas declaraciones que España nos persigue, que nos boicotea, que nos recorta el Estatuto, que nos desprecia, que se deja llevar por antipatías hacia nosotros, que les sabe mal y se arrepienten de haber reconocido nuestros derechos e incluso, hace unos días llegaron a afirmar que toda la campaña anti catalanista que se realiza va encaminada a expulsarlos de la vida política.
Es decir, según ellos, – seguía- se hace una política contra Cataluña, olvidando que fueron ellos los que para ocultar su incapacidad política y la falta de ambición por hacer las cosas bien, hace ya diez meses que empezaron una acción que solamente nos podía llevar a la situación en que ahora nos hallamos.”
Como buen gaullista Tarradellas buscó la grandeur de Cataluña, restaurar su sentido patriótico. El resultado de las elecciones de junio del 77 acabó por impulsarle a dar el paso para restaurar la Generalitat con un gobierno de concentración bajo su mando y anular así los efectos del cuarenta y seis por ciento que socialistas y comunistas habían sumado en aquella región.
En ello coincidió con el presidente Suárez quien desde hacía un año tenía sobrada noticia del pensamiento del aquel presidente de la Generalitat en el exilio que nunca fungió como tal. Jugaron sus cartas en La Moncloa, donde en el primer encuentro no faltaron faroles y desplantes. Cuando Tarradellas le retó: “Yo tengo un millón de personas en las calles de Cataluña pidiendo mi retorno”, Suárez replicó con su mejor sonrisa: “Como si me saca dos; no me impresiona. Usted es lo que yo diga que es”.
Y la Generalitat nació como un consorcio de las cuatro Diputaciones provinciales catalanas. La Constitución llegaría un año después y con ellas los Estatutos. Y el artículo 155 también.
Nunca he echado tanto de menos como ahora políticos de verdad como el Presidente Tarradellas. El ultimo politico de altura, el ultimo politico europeo que hemos tenido en Cataluña.