La escena se va aclarando, pese a la luz de gas que utiliza Puigdemont para manipular la realidad. Su primera respuesta al requerimiento del Gobierno constituye una demostración antológica de maltrato psicológico que viene sometiendo a toda la Nación, comenzando por su Cataluña natal.
Como si su arma única fuera el paso del tiempo, alarga la sin razón en que se ha metido con la esperanza de que el Estado acabe dudando de su propio ser, como Ingrid Bergman sometida a los ardides de Charles Boyer en aquella versión que Cukor hizo de Gaslight, origen de la expresión luz de gas.
A estas alturas parece claro que no verá satisfecha tal pretensión y que paso a paso la ley llegará para restablecer la normalidad brutalmente golpeada. La lentitud de todo proceso garantista tiene encendidos los ánimos de muchos ciudadanos, y así seguirán hasta no llegar a ver restablecida la democracia en aquella región, quizá dentro de un mes más.
Todo indica que vamos a estrenar aquí la prevención que la Constitución alemana dispuso hace setenta años para defender a sus ciudadanos de la vulneración de las reglas del juego que un Länder pudiera acometer. Cuando quisimos hacernos demócratas la nuestra lo adoptó treinta años después para evitar posibles desafueros en alguna de nuestras Comunidades Autónomas. Quién iba a suponer que tal caución, el art. 155, iba a estrenarse precisamente sobre Cataluña, donde sus ciudadanos la aprobaron con el 90,5% de sus votos.
El proceso, esta vez en castellano, sería susceptible de marcha atrás si los autores del desafuero se retractasen, posibilidad bastante exigua; tal vez amaguen por hacerlo con el torticero propósito de seguir alargando el desconcierto y exacerbando el cabreo nacional. Pero lo razonable es suponer que, salvo pánico escénico, acabaremos viendo al President explicarse fuera del resguardo de la tribu tras ser requerido por el Senado, o en el Congreso como el Gobierno ya le ha ofrecido.
Frente a la asonada vivida el 6 de septiembre en el Parlament, las Cortes no se ciscarán en ninguna ley, incluida la del Estatut, ni Reglamento; las mesas de ambas cámaras podrán fijar el orden del día sin cortapisas, sus miembros ser escuchados, etc.; en suma, normalidad democrática.
El Senado debatirá y aprobará las formas de intervención y medidas precisas para hacer efectivo el cumplimiento de los derechos y deberes en la región catalana. Quizá las inmediatas sean hacerse cargo de la seguridad y abrir a los catalanes la posibilidad de expresarse libremente en unas elecciones de las que surja un Govern limpio de golpismo, y ojalá de la corrupción que ha podrido el tejido social de aquella comunidad.
De momento los Jordis, Sánchez y Cuixart, jefes de los dos brazos civiles de la sedición, ANC y Ómnium, duermen hoy en la prisión de Soto del Real junto a sinvergüenzas como Jordi Pujol Jr., Sandro Rosell, Ignacio González y Gerardo Díaz Ferrán. Lloverá la monserga de los presos políticos aplicados a estos dos “dirigentes pacíficos, impulsores de movilizaciones multitudinarias sin incidentes”, como les califica la presidenta Forcadell. ¿Movilizaciones sin incidentes, arengadas desde el capó de un vehículo destrozado cogido a la Guardia Civil?
El Parlament actual ha perdido su legitimidad al cabo de tanta ilegalidad incurrida. Más que una cámara de representantes parece un campo de batalla en el que se extermina la disidencia. Volver a la realidad implica abrir su hemiciclo a los ciudadanos y nada permite pensar que el desgobierno y la pérdida del seny a que están sometidos no haya mellado la rutina de antiguos convergentes, por ejemplo, y envalentonado a quienes se sintieron representados en la marea roja y gualda desbordada el pasado día 8 de octubre.
Restaurar la normalidad significa no volver a hablar en nombre del pueblo sino de las personas representadas. Es el abismo que separa a los dictadores de los demócratas.