Hace sesenta y dos años nació la Estimada senyoreta Pepis de la mano de un avispado industrial nacional, catalán por cierto. Con ella niñas de varias generaciones han jugado a ser como sus mamás: maquillajes, abalorios, bolsos, tricotosas, canastillas de bebés… y hasta smartfones rosas hoy y, naturalmente, su blog. Todo un universo para soñar.
Algo así es el mundo pergeñado por la señora Forcadell con el concurso del profesor Junqueras, el periodista Puigdemont y otros secuaces inmersos en el proceso sedicioso que calienta este mes de septiembre. Quieren ser como si fueran fundadores de toda una Nación con su Estado y demás atributos del caso, rompiendo en tres semanas lo que nació hace cinco siglos y sigue tan campante. Incluso a pesar de ellos.
Reyecitos, como el que dibujaba O. Soglow en sus tiras cómicas, pero en republicano.
Lo malo es que puestos a jugar no se les ha ocurrido mejor cosa que hacerlo siguiendo las reglas de Maduro, palo y tente tieso. Como en el penúltimo invento bolivariano de la Constituyente ciscándose en la Asamblea Nacional, última institución democráticamente elegida hace dos años, el Parlament atentó ayer contra todas las garantías democráticas inherentes a una cámara de representación de los catalanes.
Forcadell cambia el orden del día contra los acuerdos de la mesa del parlamento, lo cual manda madre, que dicen los castizos. Y puesta a mandar, preside la aprobación de una ley sin el proceso fijado en su propio Reglamento para crear un “régimen jurídico excepcional” por una mayoría simple de la cámara. Concretamente 72 votos de un total de 135; lástima que el reglamento exija dos tercios para cuestiones de menor trascendencia.
Eso sí, como con las cosas de comer no se juega, la ley dice que ampara a cuantos participen en el proceso; es decir, que nadie se preocupe por las multas. Esta originalidad separa la soñada república de la señora Forcadell de la bolivariana de Maduro, donde hace tiempo que lo de comer no da para muchos juegos.
En su proceso para llegar a ser como un Estado de los que se sientan en la ONU y el Consejo de la EU a los mandamases de la Generalitat no les tiembla el pulso, al menos de momento, para cargarse su propio instrumento legislativo, consecuencia directa de la “histórica” sesión que cerraron cantando Els Segadors. Lástima que la mitad de los escaños luciera vacía; extraña imagen la de un pueblo marchando hacia su independencia desunido, roto. ¿No es todo una triste farsa de costes hoy invaluables?
Viendo el espectáculo uno recordó aquel comic de Soglow, “El pequeño rey”, que durante el franquismo publicaba “la revista más audaz para el lector más inteligente”, que así se proclamaba La Codorniz. Ahora en versión republicana: padres fundadores saliendo al balcón de la plaza de San Jaime o Sant Jaume. Junqueras asistido por Forcadell emborronando la imagen de Tarradellas, aquel catalán de Esquerra Republicana que sabía ser español.
Bromas aparte, lo perpetrado ayer en el Parlament es un acto sedicioso que probablemente requiera largo trámite para su enjuiciamiento. En cualquier caso sus protagonistas lo van a pasar mal; hay un artículo en el Código Penal, el 545.1, que reza así: “los que hubieren inducido, sostenido o dirigido la sedición o aparecieren en ella como sus principales autores, serán castigados con la pena de prisión de ocho a diez años, y con la de diez a quince años, si fueran personas constituidas en autoridad. En ambos casos, se impondrá, además, la inhabilitación absoluta por el mismo tiempo”.
Fin de los sueños.