Creímos que el derrumbe del muro berlinés había sepultado bajo sus cascotes el socialismo real pero aquel destrozo sigue causando estragos. Más de un cuarto de siglo después la socialdemocracia está a punto de extinción. Desde que Europa se liberó de los extremismos, nazis y comunistas que causaron su desolación, una nueva pax romana se auguraba perdurable sobre el juego dialéctico del centrismo liberal y de la socialdemocracia, las grandes corrientes decantadas de viejas ideologías. Pero tras diversos avatares, crisis, éxodos masivos, etc., el modelo amenaza ruina.
Durante las dos últimas décadas el flanco socialdemócrata ha perdido posiciones en los principales países de la UE. Italia, España, Francia y ahora Alemania muestran elección tras elección que el socialismo democrático pierde el atractivo que tuvo en amplias capas de la sociedad; de hecho, hoy tiene reducidos sus efectivos a las zonas menos desarrolladas de cada país; ha perdido su capacidad de influencia entre los agentes movilizadores de la ciudadanía.
Mientras que la derecha ha sabido extender su influencia hacia los sectores más dinámicos alumbrando un nuevo espectro centrista de carácter sintético y pragmático, la izquierda está perdiendo sus referentes históricos, además de la capacidad de reflejos para adecuarse a la nueva situación.
Y así le crecen por babor turbulencias como Podemos en España, o sus electores de otros tiempos se deslizan hacia alternativas capaces de asegurar mejor los intereses de unas nuevas clases medias, casos de Macron en Francia o de Rajoy en España durante las tres últimas elecciones.
Y sin embargo, los actuales dirigentes socialdemócratas siguen en sus trece. El rechazo del perdedor alemán Schulz a negociar una coalición con Merkel revela el mismo reflejo que atenaza a su colega español. ¿Es el gran problema alemán la calamitosa situación de su partido, o el futuro de la mismísima república federal, y con ella de Europa, tras la irrupción en su parlamento de los noventa ultras que componen la tercera fuerza política?
Aquí el funambulismo de Sánchez sobre la cuerda del secesionismo catalán hace pensar que el socialista sigue empeñado en desalojar a Rajoy. Quizá por ello no llegue a comprender que el problema al que se enfrenta la Nación no es acomodar al independentismo en una nueva Constitución, ni inventar diecisiete naciones para luego federarlas, ni ese dialogo del que todo el mundo habla sin saber quién lo ha rechazado reiteradamente, ni tampoco abrir el día 3-O una comisión para hacer como que se hace.
Por ese camino llegará a batir su propio record perdedor, y quién sabe si hasta demoler su centenario partido; desde Grecia hasta Italia y Francia, precedentes hay. Porque acabará por desvelarse cuán cicatero es el apoyo que presta al Estado en las actuales circunstancias.
El Secretario General del Partido Socialista Español no se ha enterado de que el problema no se llama Cataluña, el problema es España. ¿Cómo y hasta dónde puede llegar una Nación con su flanco izquierdo tomado por fuerzas antisistema de diversos pelajes tras la defección de la socialdemocracia?