Más que una novela Patria es la intrahistoria de los años de plomo en el País Vasco. En las seiscientas páginas de esta gran, gran obra, Fernando Aramburu trenza las historias de Miren y Joxian, Bittori y el Txato con sus familias, amigos y enemigos varios. Unos, otros y lo demás hacen pensar en la inmensa distancia que media entre los nacionalismos vasco y el catalán.
Terrorismo al margen, no cabe escribir una historia paralela con lo que pasa en Cataluña. Los sueños de liberación nacional que albergaban las cartucheras de los gudaris etarras no tienen correspondencia en las mentes de los sediciosos catalanistas embarcados, ya ni saben por qué, en una carrera por salvarse del Código Penal.
Los enfrentamientos en aquel Euskadi marcado a fuego por ETA entre abertzales y el común de la ciudadanía tenían la altura de las tragedias clásicas; más shakesperianas que de nuestros cásicos del siglo de oro. Lo de la Cataluña actual está tornando hacia la comedia grotesca, entre el Tartufo de Molière y Los ladrones somos gente honrada de Muñoz Seca.
Aquello, Patria, termina como todas las paces, con un abrazo entre dos madres enfrentadas; como los generales Maroto y Espartero cerraron la primera guerra carlista en 1839. Lo de Cataluña no termina, se pudre. Los secesionistas están cociéndose en su propia poción mágica con la que pretendían levantar un Castell como un Estado.
La pinya, los cimientos, comienzan a abrirse, porque a ver quién carga con la responsabilidad de la aventura. Y sin responsables que sostengan el tronc, quién es el guapo enxaneta que llega a coronarlo hasta levantar los brazos cerca del cielo.
Como si no fueran presidente y vicepresidente de un mismo gobierno, Puigdemont y Junqueras compiten por escurrir el bulto ante el mismo Parlament. Pero les une un proyecto legislativo para salvar los patrimonios de quienes lleven a término el anunciado referéndum. Hombres de fe, como se ve, y sobre todo valientes.
La crisis catalana romperá el gobierno sedicioso, la burguesía nacionalista quedará exangüe, y las instituciones a merced de los partidos antisistema. Es otra de las grandes diferencias que separan la realidad catalana de la vasca, donde el final de la crisis ha sido capitalizado por el PNV.
¿Estará la clave en el carácter sistémico que la corrupción tiene en la comunidad mediterránea? Lindo panorama para quienes diseñaron el procés pensando en salvar de la cárcel a sus fundadores.